Somos testigos de cómo la pandemia ha dejado en evidencia lo poco preparados que estamos como sociedad para hacer frente a este tipo de crisis sanitarias. Pero también ha dejado de manifiesto que podemos ser solidarios y caritativos para salir adelante y mejorar nuestra calidad de vida.


Oración y cercanía

La Iglesia se ha preocupado por acompañar con su oración y cercanía a los familiares y enfermos que han experimentado el golpe de esta enfermedad, sobre todo la muerte. La costumbre de acompañar a la familia, de velar y sepultar el cuerpo del fallecido con su respectivo rito exequial, se ha visto limitado por las medidas recomendadas para evitar contagios. Debido a las restricciones por la pandemia las costumbres funerarias se han adaptado a las necesidades sanitarias actuales, evitando tener contacto con el cuerpo y prefiriendo la cremación del mismo, entregando finalmente a los familiares las cenizas de su ser querido.

Artículo de Revista La Senda - ¿Qué debo hacer con las cenizas de mis seres queridos? - Imagen de cenizas en un funeral

    Claridad en la fe y obediencia a la Iglesia

    La falta de información sobre la práctica de la cremación de los cuerpos genera en los cristianos confusión, al grado de no saber cómo deben ser tratados los restos mortales (cenizas) de sus seres queridos, y los orilla a realizar prácticas prohibidas o no recomendadas por la Iglesia. Es común que los familiares movidos por el dolor que este tipo de muerte tan repentina y fría trae a sus vidas, quieran conservar las cenizas en sus casas o cumplir la voluntad del difunto esparciendo las cenizas en el mar, en el campo o en otro lugar. Es por ello que debemos tener claridad en nuestra fe y en las disposiciones que nuestra madre Iglesia nos da para actuar con el respeto y cariño debido a los restos de nuestros seres queridos.   

    Recientemente la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano publicó la instrucción “Para resucitar con Cristo”, acerca de la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de cremación. Estas regulaciones están diseñadas para dar a los fieles la sensación de paz que sólo puede venir de saber que su ser querido está bajo cuidado y que sus restos humanos están enterrados en tierra sagrada. A continuación algunos fragmentos del documento que nos ayudarán a comprender mejor la bondad de las disposiciones dadas por la Iglesia. 


    Sepultar los restos mortales

    Enterrando los cuerpos de los fieles difuntos, la Iglesia confirma su fe en la resurrección de la carne, y pone de relieve la alta dignidad del cuerpo humano como parte integrante de la persona, con la cual el cuerpo comparte la historia. No puede permitir, por lo tanto, actitudes y rituales que impliquen conceptos erróneos de la muerte, considerada como anulación definitiva de la persona, o como momento de fusión con la madre naturaleza o con el universo, o como una etapa en el proceso de re-encarnación, o como la liberación definitiva de la “prisión” del cuerpo.

    Además, la sepultura en los cementerios u otros lugares sagrados responde adecuadamente a la compasión y al respeto debido a los cuerpos de los fieles difuntos, que mediante el Bautismo se han convertido en templo del Espíritu Santo. Por último, la sepultura de los cuerpos de los fieles difuntos en los cementerios favorece el recuerdo y la oración por los difuntos por parte de los familiares y de toda la comunidad cristiana, y la veneración de los mártires y santos.


    Orientaciones para el trato de las cenizas 

    Cuando razones de tipo higiénicas, económicas o sociales lleven a optar por la cremación, ésta no debe ser contraria a la voluntad expresa o razonablemente presunta del fiel difunto. La Iglesia no ve razones doctrinales para evitar esta práctica, ya que la cremación del cadáver no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo y, por lo tanto, no contiene la negación objetiva de la doctrina cristiana sobre la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo.

    La Iglesia sigue prefiriendo la sepultura de los cuerpos, porque con ella se demuestra un mayor aprecio por los difuntos; sin embargo, la cremación no está prohibida, «a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana». 

    Si por razones legítimas se opta por la cremación del cadáver, las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente.

     

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      La conservación de las cenizas en un lugar sagrado puede ayudar a reducir el riesgo de sustraer a los difuntos de la oración y el recuerdo de los familiares y de la comunidad cristiana. Así, además, se evita la posibilidad de olvido, falta de respeto y malos tratos, que pueden sobrevenir sobre todo una vez pasada la primera generación, así como prácticas inconvenientes o supersticiosas.


      Ni en casa, ni en el aire, ni en el mar

      Por las razones mencionadas anteriormente, no está permitida la conservación de las cenizas en el hogar. Sólo en casos de graves y excepcionales circunstancias, dependiendo de las condiciones culturales de carácter local, el Ordinario puede conceder el permiso para conservar las cenizas en el hogar. Las cenizas, sin embargo, no pueden ser divididas entre los diferentes núcleos familiares, y se les debe asegurar respeto y condiciones adecuadas de conservación.

      Para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista, no sea permitida la dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma, o la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos, teniendo en cuenta que para estas formas de proceder no se pueden invocar razones higiénicas, sociales o económicas que pueden motivar la opción de la cremación.


      Somos Hijos de Dios

      En el caso de que el difunto hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana, se le han de negar las exequias, de acuerdo con la norma del derecho.

      Con esta instrucción la Iglesia espera contribuir a que los fieles cristianos tomemos mayor conciencia de nuestra dignidad como “hijos de Dios”, y por tanto somos criaturas no destinadas a la desaparición, sino a la vida plena. Para aceptar esta verdad requiere que se reconozca a Dios como origen y destino de la existencia humana: venimos de la tierra y a la tierra volvemos, esperando la resurrección. Es necesario, por tanto, que veamos la muerte, a la luz de la fe en Cristo resucitado, fuente ardiente de amor, que purifica y recrea, en espera de la resurrección de los muertos y de la vida del mundo que ha de venir.