La mayoría de los jóvenes con los que convivo hablan poco acerca de su fe, sus creencias y sus prácticas religiosas. Debo reconocer que muchas veces me ha parecido que lo más prudente es mantenerme al margen de ese tipo de información y limitarme a observarlos y compartir mi fe y mis creencias con mi testimonio de vida.

Supongo que muchos otros lo harán de la misma manera, sin embargo pienso que esta actitud “respetuosa” no siempre les permite descubrir la vía que, desde nuestra fe como católicos, los llevaría a su plena realización personal, y por tanto a esa experiencia de felicidad que siempre sabe mejor cuando es compartida con nuestros semejantes. Esa vía, sin duda, es Cristo.

Creo que tener en cuenta la diversidad de credos –o la falta de ellos– entre los jóvenes, alimenta esta timidez que en ocasiones me obstaculiza para hacerles ver el lugar e importancia que tienen todos ellos para la Iglesia, así como el compromiso y la responsabilidad que ésta tiene para con ellos independientemente de su credo. Reflexionando al respecto considero que estas omisiones de información, que se dan de forma tan cotidiana entre los que acompañamos y formamos jóvenes (ya sea porque somos padres, profesores, tutores, familiares mayores, etc.) generan una sensación de abandono, confusión y falta de sentido en todo lo relacionado a la espiritualidad desde una expresión religiosa. Nos encontramos, pues, ante un área descuidada en la que se evidencia la falta de conocimiento, cercanía, acompañamiento  y diálogo.

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    “Que nuestras debilidades no los desanimen

    En otro párrafo de la carta, los Padres sinodales alientan a los jóvenes a no desanimarse y a no caer en el conformismo “… Que nuestras debilidades no los desanimen, y los pecados no sean la causa de perder la confianza”. Resulta importante detenerse un poco en esta frase porque generalmente tendemos a invalidar y a ignorar a quien comete errores; he escuchado incontables veces cómo los jóvenes se quejan de la falta de congruencia que muestran sus padres, sus profesores, los sacerdotes y todos los adultos en general. Aunque entiendo la indignación que eso les genera, creo que la capacidad y responsabilidad de ser la mejor versión de uno mismo no debería estar dependiendo de la capacidad de los demás, y mucho menos de su perfección. En todo caso, si queremos seguir un modelo de perfección, basta con voltear hacia Cristo.   Además, es innegable que en medio de dificultades, injusticias y experiencias dolorosas, muchas veces cometemos errores y el pecado nos alcanza. Ante eso la invitación es recordar siempre ponerse de pie con confianza.

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      Los jóvenes y su lugar en la Iglesia

      El pasado mes de octubre se llevó a cabo el Sínodo de Obispos con el fin de llevar a cabo una tarea que considero de suma importancia: dialogar y reflexionar acerca de los jóvenes en el mundo, su lugar e importancia en la Iglesia, sus necesidades y la agenda a trabajar para atenderlas. Basta con echar un vistazo a la carta que escriben los Padres sinodales a los jóvenes para darnos cuenta del interés y el compromiso que tienen con ellos. Aquí un pequeño fragmento: “Conocemos sus búsquedas interiores, sus alegrías  y esperanzas, los dolores y las angustias que los inquietan. Deseamos que ahora puedan escuchar una palabra nuestra: queremos ayudarlos en sus alegrías para que sus esperanzas se transformen en ideales. Estamos seguros que están dispuestos a entregarse con sus ganas de vivir para que sus sueños se hagan realidad en su existencia y en la historia humana.”  

      Diálogo abierto y respetuoso

      Estas palabras siguen resonando en mi cabeza y en mi corazón. Me pregunto cuántos padres de familia conocen las búsquedas interiores que enfrentan sus hijos, cuáles son las cosas o experiencias que les produce mayor alegría, cuáles son sus anhelos, con qué sueñan, cuáles son los dolores más profundos y si ellos tienen que ver con ese sufrimiento, cuáles son sus más grandes temores o qué les angustia. La experiencia me dice que son pocos los padres que se toman el tiempo para dialogar de forma abierta y respetuosa con sus hijos; es de esperarse que desde estas condiciones resulte poco probable que los chicos tengan una actitud receptiva y atenta; los pobres van por la vida como ovejas sin pastor, seguramente a muchos jóvenes le parecerá chocante la frase, sin embargo representa bastante bien lo que sucede.

      Los padres de familia y todos aquellos que contribuimos en el acompañamiento y formación de los jóvenes bien haríamos en seguir el ejemplo que nos dan los Padres sinodales: observar, escuchar, reconocer, validar y entender a los jóvenes y sus inquietudes antes de hablar de las intenciones y deseos que ellos tienen como pastores. Una vez hecho esto, al exponer su preocupación y deseos hacia los jóvenes, lo hacen con una actitud sumamente amorosa, empática y solidaria. Como padres debería impulsarnos el deseo de contribuir en la realización de nuestros hijos y su felicidad.

      El mundo los necesita

      “La iglesia y el mundo necesitan urgentemente su entusiasmo. Háganse compañeros de camino de los más débiles, de los pobres, de los heridos por la vida”. Esta es la invitación que se hace a los jóvenes en la carta. Es evidente que existe una confianza grande en las capacidades de los jóvenes, en sus cualidades, en su solidaridad y su tendencia hacia el bien. Los jóvenes pueden hacer mucho en la construcción del Reino de Dios, que no es otra cosa más que la vida en armonía.  El texto concluye así: “Son el presente, sean el futuro más luminoso”.