El Ser Humano es una creatura continuamente cambiante, en circunstancias continuamente cambiantes; es una creatura en evolución. 

Puede equivocarse, darse cuenta de su error, descubrir otras alternativas en base a su inteligencia y voluntad. Dicho de otra manera: es falible-perfectible, diferentemente complementario a todos sus semejantes gracias a la combinación única de su evolutividad, falibilidad y perfectibilidad que le da su naturaleza eminentemente social, que facilita los acuerdos para convivir de la mejor manera posible poniendo en práctica su intencionalidad.


Tomar conciencia

No existe ni una sola creatura con libertad ni con libre albedrío además del Ser Humano. Tampoco con una estructura que le facilite descubrir errores o equivocaciones, y la posibilidad de enmendarlas con mejores opciones.

Mucho menos existen creaturas con estructuras capaces de “darse cuenta” qué pasa en su interior mientras se dan cuenta de qué pasa a su alrededor; y mentalmente “observan” ambos procesos: consciencia y conciencia.

persona pensando que rumbo tomar

    La conversión es social

    La certeza de la compañía del Espíritu en nosotros y la esperanza en la bondad propia del ser humano, nos convence de que lo mejor que le sucede a la especie humana es por la evolución de las comunidades: es social. Las mejores conversiones aparecen en grupos dinámicos, críticos y propositivos.

    Desde ahí se descubren la naturaleza y las características universales para todo ser humano con dignidad, valores y virtudes intrínsecas a su esencia.

    Las necesidades básicas, vitales, físicas, psicológicas y espirituales son las mismas para todos los humanos; el hambre de trascendencia también es universal.


    El pecado y sus consecuencias

    No obstante, la posibilidad de dejar de lado todo eso y permitir, o decidir –que es peor–, el egocentrismo y la indiferencia por el otro, nos lleva a situaciones muy conflictivas. Desde el Génesis, el Libro Sagrado nos presenta la aparición de eso que llamamos y conocemos como “pecado” con descripciones muy claras del camino que sigue el “pecador”: la conscientización y racionalización de la acción en la propia mente, la autodecepción (y cierta vergüenza) del pecador, el deseo de ser más de lo que realmente es (la soberbia: origen de todos los pecados) y la elección pecaminosa hecha bajo la presión de “otra persona”, “de otro ser”; todo esto con la compleja sensación y noción de “culpa” sentida y percibida como impuesta, y que debe ser soportada en sí misma como castigo. 

    Desde el Antiguo Testamento se concibe el pecado como un mal permanente con carácter de universal, presente y activo en el mundo causando males irreparables. Lo es cuando caemos en la cuenta de que el pecado es una elección deliberada hecha con pleno conocimiento separándonos del Bien, la Verdad, el Amor, la Justicia y La Paz.

    sacerdote confesando a señor

      Bendita conciencia

      Pero, ¡bendita conciencia! Estamos hechos de tal manera que eso que conocemos como “conciencia” no nos deja en paz; la incomodidad e intranquilidad ante el yerro, la pena y la vergüenza, la posibilidad de ser mal visto y rechazado, la contundencia de otras opciones más viables y el hambre natural de disfrutar lo sano y lo correcto, pueden propiciarnos “ganas”, deseos de resarcir, de retribuir, de componer, de transformar: de convertir.


      “Si Tú quieres puedes curarme”

      La enorme empatía de la propuesta de Jesús es maravillosa; su comprensión y compasión nos llena de esperanza: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,24) nos brinda la oportunidad de transformar, de conversión. El sólo pensar en Él de alguna manera es decirle como el leproso: “si tú quieres, puedes curarme” (Mt. 8, 1-4); y sabemos la respuesta: “¡sí, quiero!”. 

      persona cargando la cruz como signo de penitencia y arrepentimiento

        Tenemos a la mano el mejor método terapéutico para la santidad: el Sacramento de la Reconciliación. Ahí no hay oropel ni fantasías; ahí no te preocupas por la búsqueda de la felicidad. Olvidarnos de nosotros mismos, amar a las personas de nuestro entorno, disfrutar de su felicidad y cultivar la gratitud por cada día nos pone en un camino diferente. Este camino no promete la felicidad personal al final del arcoíris; no, es mucho mejor, este camino es la felicidad realmente: saber amar, saber compartir(me) es un hermoso camino de conversión.

        Si entregas y compartes tu amor, si buscas hacer feliz primero a otras personas sin descuidar tu autoestima, cuando vuelvas la vista sobre tu vida descubrirás que, todo ese tiempo, has sido muy, pero muy feliz.