Colaborador: Pbro. Leonardo Daniel Zavala Bonilla

Hemos escuchado la expresión “de algo nos hemos que morir”, sobre todo en personas de la tercera edad; si bien en broma, o ya porque alguna restricción de salud no les simpatice. Sin embargo, esta expresión oírla en jóvenes suena demasiado absurdo y pareciera superficial. Pero lo cierto es que esconde una visión juvenil de la vida, del mundo y de los valores supeditados a la balanza de la subjetividad; suena a un ligero interés de las cosas: “no pasa nada”, y a la natural indiferencia ante la sucesión de las horas y días a causa de la seguridad propia de la juventud: “tengo una vida por delante”.

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    Actual tendencia a saltar procesos

    Y sin que suene al choteado prejuicio de los adultos, descubrimos con honestidad que el joven de nuestro tiempo trata de vivir el mayor número de experiencias en el menor tiempo posible, lo cual lleva al joven a que no le importe el precio que haya que pagar para obtener tal o cual cosa, aún afecte dañar la salud o ir en contra de sus propias convicciones; o que pueda “tenerlo todo”, aunque eso implique a la par la muerte. Esto es, en la mayoría de los jóvenes, una fuerte tendencia en la praxis de su cotidianidad en mayor o menor intensidad.

    A ello le sumamos el aspecto característico de esta época de lo instantáneo, de la rapidez de los cambios y transformaciones y, en general, el deseo de alterar procesos en todo lo que se emprende; desde lo práctico para usar un dispositivo digital nuevo –por ejemplo–o no leer instructivos; para ello mejor un video tutorial, o hasta el evitar tener contacto con personas al realizar cualquier trámite (burocrático, compras, diversión, etc.). Y prefiriendo sea online, seguro e inmediato; y así, se opta por saltar pasos y personas para obtener lo más pronto posible su cometido.

    La inercia de la vida en esta década –y por muchos otros factores– provoca que cada individuo busque en todo lo que emprende saltar procesos; no acostumbra a planear y proyectar. Incluso pareciera que enfrentamos una “nueva cultura, en donde la imagen se sobrepone al contenido, lo inmediato pasa por alto los procesos, y se establece lo superficial, lo rápido y provisorio; elementos que son parte de este panorama que ahora vivimos” (PGP n. 29).


    Un cambio de época y una época de cambios

    Hoy más que nunca ha quedado palpado el cambio de época por la que la sociedad está pasando, y en ella, una vorágine de «cambio tras cambio». Y hoy es un tiempo de volver no ya a la normalidad, la humanidad ha cambiado: su forma de ver la vida, sus seguridades, lo que el ser humano es, sus planes y proyectos, la balanza de los valores de la sociedad, el orden social, la educación e incluso las formas de gobierno.

    Estamos en una nueva época en el camino de la humanidad. El proceso de esta transformación que vivimos “trae consigo cambios que no alcanzamos aún a comprender, por lo que se nos dificulta tener una respuesta adecuada y pronta ante la profundidad y rapidez con la que están sucediendo” (PGP n. 23).

    Sin embargo, al hablar del propio ser humano, estamos hablando de cuestiones existenciales, lo cual, y debido a su naturaleza, debería ser un alto a la conciencia preguntándose con seriedad qué es realmente lo que se busca, el para qué de las cosas, y ser consciente del límite de la propia vida.

    No tener estos criterios en claro y priorizar lo que realmente me hace ser lo que soy, puede llevar, y lo hace, a veces con desenlaces muy tristes, a una frustración cuando no se obtiene esto o aquello que realmente abona mi vida y es importante para mí, aún sean cosas no esenciales, mi mundo digital o cosas etéreas a los ojos de muchos. Sin embargo, todo esto puede ser consecuencia de no tener un plan o proyecto de vida, pues en sentido preciso el Proyecto de Vida es lo que da orientación y sentido a la vida; de hecho, los proyectos de vida sirven para tener conocimiento sobre nosotros mismos con el fin de alcanzar de forma realista los sueños, o encontrar el sentido de nuestra misión personal. El proyecto de vida le da “peso” a nuestros ideales personales; le pone fechas, rostros, acciones concretas y frutos palpables a corto, mediano y largo plazo.

    De lo instantáneo a desatar procesos

    El ser humano no es perfecto, pero sí llamado a la perfección; es decir, desde su propia naturaleza y por el designio amoroso de Dios, siempre es capaz de llegar a la plenitud de lo que es y a lo que está llamado a ser. El ser humano no es un ser acabado, sino en constante movimiento hacia su pleno desarrollo; no sin sus límites y sus condicionamientos innatos.

    Toda persona tiene la capacidad de crecer humanamente conforme a sus etapas de desarrollo, en ellas se va autodescubriendo y creciendo como persona, incluso como parte de ello las diferentes crisis a las que se enfrenta desde que nace hasta que muere, han de sumar a este mismo desarrollo.

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      El joven, al verse asediado por su misma condición vulnerable, al ver que realmente “no todo lo puede”, y que también se puede enfermar y morir sus planes de buenas a primeras, ha comprendido hoy más que nunca que la vida es un don de Dios, y que el vivir plenamente y a lo que llamamos felicidad implica a cada uno poner los medios para construirse y ser lo que Dios en su plan tiene para cada uno. Cae en la cuenta que es necesario desatar procesos de crecimiento personal y para vivir mejor. De manera que ha aprendido a no construir «sobre arena», sino «sobre roca», primero su propio futuro y después su ser para los demás: su vocación en la cual se desenvolverá de la mejor manera y vivir pleno y feliz.

      Somos la esperanza de Dios

      El Papa Francisco, con motivo del miércoles de ceniza de este año recordó este aspecto: “venimos de la tierra y volveremos a la tierra… somos débiles, frágiles, mortales. A lo largo de siglos y milenios estamos de paso, frente a la inmensidad de las galaxias y el espacio somos diminutos. Somos polvo en el universo… Sin embargo, somos el polvo amado por Dios, …el Señor ha amado recoger nuestro polvo en sus manos y «soplar en ellas su aliento de vida»… Somos la esperanza de Dios, su tesoro, su gloria” (Homilía del Papa Francisco del miércoles de ceniza del 26 de febrero de 2020).

      La crisis, una oportunidad para madurar humanamente

      Así, en formas generales podemos ubicar a los jóvenes, los cuales con sus grandes ilusiones de vida y chispas de alegre esperanza son, con razón, prueba de ello con mayor énfasis y claridad. Sin embargo, las crisis propias de la vida, cuando no se afrontan con madurez y responsabilidad, son capaces de derrotar y arrojarlos al sinsentido de la propia vida y de lo que se hace. Prueba de ello fueron éstas últimas semanas que, a manera global, afectó la vida de todos y nos originó un nuevo concepto de lo que tenemos frente a nosotros: la vida, la familia, el mundo y la sociedad. Tuvimos frente a nosotros la vulnerabilidad de nuestro ser y lo efímero de las cosas y de nuestros planes.


      Camino hacia la madurez

      Hoy, como cualquier otra crisis, ha de originar en el ser humano en general, y en el joven en particular, un cambio hacia la madurez que se refleje en un proyecto de vida. No sustentado en el día a día y abandonados a lo que vaya surgiendo en el devenir de las cosas y permaneciendo como pasivo expectante a lo que el mundo me vaya dictando del cómo vivir. Sino ampliar horizontes, conscientes de la realidad en que se vive y actuando con profunda responsabilidad en lo que a cada uno compete, pero como parte de una gran comunidad. Por ello rescato este nuevo aprendizaje:

      • Necesidad de objetivos claros
      • Planteamiento de plazos para los logros personales
      • Reivindicación de la escala de valores
      • Autoconcepto de la persona y de la humanidad
      • Consciencia de realidad
      • Solidaridad y fraternidad.

      Misericordia y caridad organizada

      La Iglesia encuentra en los adolescentes y jóvenes “el motivo y la fuerza para trabajar por una sociedad llena de esperanza, alegría y una vida que los lleve a su realización plena” (PGP n. 187). Pues cabe notar que ante los últimos meses que hemos vivido los jóvenes se han notado, como en otros momentos de catástrofes y de ayuda humanitaria, solidarios y dispuestos a colaborar en lo que puedan. Considero que son sensibles ante las necesidades humanas y se saben compadecer de quien más lo necesita. Sin embargo, y desafortunadamente, pareciera que lo hacen sólo con estos escenarios emergentes, mas no en la vida cotidiana. Pues ya pasando estas crisis, de ordinario se vuelven a la vida normal y centrados en sí y en sus intereses.

      Este tiempo nos exige encarnar la experiencia de la misericordia, de la comunión y la solidaridad, pero no de manera arbitraria y desorganizada (sin proyecto); hoy nuestras sociedades nos exigen una respuesta de solidaridad y caridad, pero de una forma constante y dándole seguimiento, incluso haciendo de ello un estilo de vida propio. Ya que de ordinario respondemos con prontitud y heroísmo a la primera etapa de una crisis, más no en la crisis diaria de la vida.

      Si de forma personal tuviésemos un proyecto de vida no andaríamos desgastando fuerzas ni recursos en lo que ni siquiera quiero o necesito. Si tuviésemos un proyecto de vida seríamos más objetivos y menos influenciados por una cultura líquida que de ordinario nos envuelve.


      Hacer un plan de vida es contundente

      Hoy por hoy, la convicción de hacer un plan de vida es contundente. Lo vemos desde la factura que nos ha hecho pagar los actos de irresponsabilidad al respecto del propio ser humano; cuántas veces en prospectiva visualizamos un deterioro, por ejemplo, de nuestro ecosistema y no se dieron pasos decisivos para sanearlo; cuántas veces nos dijimos: “si seguimos así vamos a terminar de tal o cual manera”, pero no cambiamos de plan, de estrategias y de hábitos.

      Hemos sido testigos de muchos planes en diversos sectores de la sociedad, y cómo quedan cortos porque no dan en el blanco, ya porque no parten de procesos esenciales para proyectar a futuro o por intereses mezquinos. Planes muy buenos, que sin importar el color y la etiqueta de quien los promueve, no fructifican o no llegan a atender verdaderas necesidades. Por ejemplo, de pasar del asistencialismo a la subsidiaridad; de abrir paso a la auténtica promoción de la persona y a la defensa de los valores humanos; de apostar por procesos que en realidad me generarán frutos en mi sociedad, etc.

      Dios, que tiene un plan de salvación para el ser humano, nos inspire para poner manos a la obra; y fortalecidos, más no desmotivados por las crisis de la vida, abrirnos paso a la auténtica plenitud humana que se busca en cada proyecto de vida.