Colaborador: Ernesto Cuervo Pérez

Después de ser bautizados, el único deber que tenemos los cristianos es ser otro Cristo. Él “nace” en nuestro ser total, y depende de nosotros cómo se desarrolla.

Históricamente, en el más grandioso acto de caridad, nuestro Padre Dios regala a la humanidad a su Hijo encarnado en un humano común, como cualquiera de nosotros; y sí: hay que agradecerlo y festejarlo. Festejar compartir la vida divina de Aquél que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana. Y compartir la vida divina habría que entenderlo también, en este mundo consumista, a la cristiana.


¿Cómo festejamos la Navidad?

Los católicos somos más cristianos –en el más profundo sentido que eso signifique– por cómo “festejamos” la Navidad.

Es indiscutible que la Navidad es, desde hace un buen tiempo, un tesoro universal de esparcimiento, y factor de reuniones sociales donde “la generosidad” se muestra material y económicamente en todo tipo de regalos; no precisamente recordando a Jesús, sino dando sentido a las “fiestas invernales”.  

Navidad es ya una tradición universal que no sólo forma parte de la religión, sino que la trasciende. La Navidad fue considerada como secular, parte de prácticamente todas las culturas del mundo.

personas viendo un nacimiento navideño

    La Navidad se ha convertido en una temporada comercial. Es patrocinada, mantenida viva, por las más fuertes campañas publicitarias del año que los católicos deberíamos revertir, o al menos re-cristianizar.


    Poner a Cristo en el centro

    Pero los católicos pasamos un buen tiempo de Adviento para transformar el gusto que nos da ver al Emmanuel, el Dios non nosotros, mostrando nuestra caridad a la Cristiana.

    No cabe duda que en una mayoría de católicos la Navidad se ha banalizado, a tal grado que cada día es más frecuente escuchar expresiones de no encontrar sentido a su festejo;  se ha ido diluyendo gradualmente en la vida social durante las últimas décadas, convirtiéndose en una fiesta vacía de su fundamento original, pero repleta de consumo, fiestas, esporádicos encuentros familiares y muchos regalos. 

    Ya no sabemos qué celebramos. Nuestra celebración  se ha paganizado bastante, de la mano de “Santa”, Papá Noel y su exagerada comercialización: banaliza la gratuidad de la Redención, del Amor que se manifestó en el Pesebre.

    La venida del Mesías y la instauración de su Iglesia la venimos contemplando desde el Adviento: un tiempo de espera activa que nos reaviva la misión a la cual este misterio nos llama. Dios, ciertamente, no va a hacer la parte que nos corresponde, por eso deberíamos replantearnos qué y para qué festejamos, cómo festejamos este tiempo. También analicemos si catequizamos en las famosas “posadas”.

    imagen del niño jesús que se usa para los nacimientos

      Rescatemos la Navidad

      Crear un ambiente adecuado en nuestro corazón, en nuestra familia, en nuestra comunidad… para configurarnos en ese Dios con nosotros y testimoniarlo ante aquellos que más lo necesitan, nos ayuda más en transformarnos ministerialmente en agentes del Reino, servidores de los más necesitados.

      El ideal de la vida plena debe ser convicción de que el bien común, o lo engendramos entre todos de manera colectiva y comunitaria con la espiritualidad de comunión sugerida por el Plan Diocesano de Pastoral, o no hay Navidad realmente.

      El cumplimiento de las profecías del nacimiento del Mesías, en las que hemos depositado la fe y la esperanza, representa el culmen de las expectativas humanas; démosle vida actualizándola con el testimonio cristiano que demos al desear: ¡Feliz Navidad y próspero año nuevo!

      Rescatemos la Navidad para Cristo y cantemos con los ángeles de Belén: "Gloria a Dios en las alturas y Paz en la tierra a los hombres que confían en Él”.