Colaborador: Pbro. Juan Carlos González Pérez

El profeta Isaías (en el capítulo 9, versículo 1) nos recuerda lo siguiente: “El pueblo que caminaba en la tinieblas vio una gran luz…”; y sobre este punto reconoceremos que Cristo es esa luz maravillosa que ilumina a todo el mundo.


Los magos y el rey Herodes

Jesús –según relatan los evangelios, especialmente el de Mateo– nació en Belén de Judá. Y unos magos llegaron de oriente ante el Rey Herodes, quien se sobresaltó al igual que todo Jerusalén; no se alegra, sino que se sobresalta, pues bien sabía que aquella profecía significaba el fin de su reinado. Estos magos son una imagen de los pueblos paganos, a los cuales la Buena Noticia también se ha de anunciar; una imagen tuya y mía, pues venían para adorar al “Rey de los Judíos”. 

Inmediatamente Herodes convocó a los sumos sacerdotes y escribas (expertos en el conocimiento e interpretación de las profecías) para corroborar tal hecho e identificar el lugar exacto del nacimiento del Mesías. En efecto lo confirmó, pero Herodes no fue a adorarle. Hay gente como este rey –y sus sacerdotes y escribas– que conocen de Jesús, pero que sin embargo no van a adorarlo.

Luego los magos se pusieron en camino.

imagen los magos de oriente hablando con el rey Herodes
    imagen de estrella haciendo alusión al Mesias

      Se llenaron de inmensa alegría

      Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Éste es un síntoma maravilloso del encuentro con Cristo, un fruto del Espíritu Santo; esa inmensa alegría la encontramos en el anuncio de los ángeles en Lucas, en las parábolas del Tesoro escondido y del Dracma perdido.

      Entraron en la casa. Para acercarse al misterio de Cristo hay que entrar en la casa; es curioso que en la Iglesia de Belén haya una pequeña puerta que no mide más de un metro y medio, y quien desee pasarla para entrar a ver el lugar del nacimiento de Cristo deberá agacharse, pues sólo quien se humilla y se inclina ante el misterio puede tocar un poco este gran acontecimiento; conviene por tanto reclinar no sólo el corazón, sino también la mente.


      Postrándose le adoraron

      Los magos descubren el misterio maravilloso de un rey no rodeado de lujos ni de poderes mundanos, sino un rey humilde y humano, tremendamente indefenso, en los brazos de su madre y salvaguardado por su padre José.

      Se postraron y le adoraron; reconocen que Dios se ha hecho hombre, y por ende se postran y adoran, abren sus cofres y le ofrecen sus dones: oro como rey, incienso como Dios y mirra como hombre mortal (la mirra es una suerte de resina utilizada para hacer perfumes y aromas; además se utilizaba como un poderoso analgésico dado a los moribundos para apaciguar el dolor).

      imagen del nacimiento de Jesús

        Sol que nace de lo alto

        En este tiempo maravilloso de Navidad es importante leer los acontecimientos a nuestro alrededor; hay muchas estrellas falsas y muchos acontecimientos que causan miedo y temor, pero Jesús es la estrella sin ocaso, es la estrella de la mañana, el Sol. Podemos decir que Cristo no es sólo una estrella prefigurada, sino el mismo Sol que nace de lo alto.

        Las estrellas en el espacio interestelar nacen, crecen y mueren inevitablemente; pero Cristo es la estrella sin ocaso que no se extingue jamás; sólo que para entrar en su presencia hay que postrarse y adorarlo. Tal vez no tengas oro, incienso y mirra qué ofrecerle, pero puedes ofrecerle algo mejor: tu corazón.