Todos los padres amamos a nuestros hijos. «El amor vivido en las familias es una fuerza constante para la vida de la Iglesia» (Amoris Letitiae).


La otra cara del amor

La disciplina es la otra cara del amor, porque consiste en dotar a una persona de las herramientas del éxito. Una persona con éxito podrá –o no– tener dinero, inteligencia, preparación técnica, oportunidades, etc…, pero lo que la distinguirá será la disciplina.

Como lo expresa Rosa Barocio en su libro Disciplina con amor: “El verdadero amor de los hijos por los padres surge del respeto que sienten por ellos, respeto que necesitan ganarse los padres a través de su firmeza y de sostenerse en lo que creen correcto”.

Ser padres implica ser responsables, arriesgarse, incluso correr el riesgo a equivocarse; por eso es necesaria la exigencia, las reglas, los límites.


Enseñar desde nuestras vivencias

Los padres tenemos que entender que estamos preparando a los hijos para la vida y que ellos serán exigidos enormemente para ser personas de éxito. ¿Queremos que nuestros hijos sean personas fuertes, seguras y con éxito? La mejor alternativa es enseñarles a ser disciplinados.

Los padres y los educadores no podemos enseñar lo que no vivimos; recordemos que “el camino de la doctrina es largo, breve y eficaz: el del ejemplo” (Séneca). Un adulto indisciplinado contagia inconscientemente todo lo que toca.

La disciplina aporta a la persona límites protectores, pero los niños y adolescentes captan sólo la parte de los límites que son dolorosos.  Si los padres no logramos que los hijos vean en la disciplina el aspecto protector, ésta resulta odiosa y genera rechazo; en cambio, la protección genera aceptación, porque permite el crecimiento de la persona sabiendo lo que se espera de ella. 

La realidad

En la sociedad contemporánea hemos ido permitiendo una gran contaminación intelectual que nos pretende vender la idea de que todo es fácil, rápido y gratuito, y de que es posible conseguir todo a cambio de muy poco.  Desgraciadamente esta falsa idea ha permeado también en la familia, y ésta “se sorprende cuando aparece el dolor, pues lo considera como un intruso en la educación”  (I. Blanco); y estos padres creen que ellos están diseñados para evitar todo dolor, esfuerzo y sufrimiento a sus hijos; pero no es así, pues el cariño y la responsabilidad orientan a la disciplina. 

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    Una enseñanza con amor

    Porque  amamos a nuestros hijos, todos los padres debemos aceptar y asumir el poder y la responsabilidad que nos corresponde al haber traído a este mundo a cada uno de ellos; nunca se debe relativizar esta responsabilidad, ni se debe pretender una “camaradería” con nuestros hijos, ni decir: “soy su mejor amigo”. Los niños tienen derecho a que sus padres reivindiquen claramente su ascendencia legitimada por el amor (Bernhard Bueb), es decir, tienen derecho a la autoridad de sus padres.  Para que la educación y formación de nuestros hijos dé buenos resultados, los padres debemos ejercer nuestra autoridad.


    Es necesario

    Los niños y adolescentes buscan y necesitan  la autoridad; necesitan a unos adultos que les den seguridad, orientación y apoyo; que sean sus modelos marcándoles límites y brindándoles unos objetivos ambiciosos, pero que también les animen a superar las barreras y a tratar de ser cada vez mejores.

    Si no les enseñamos la disciplina a nuestros hijos con amor en nuestro pequeño mundo, alguien se las va a enseñar sin amor en el gran mundo (Zig Ziglar).