Teniendo como sede las instalaciones del Seminario Diocesano de Tepic, 4 obispos, 34 presbíteros, 13 seminaristas, 4 religiosas y 54 laicos vivimos el XX Encuentro Nacional de Obispos y Equipos Diocesanos de Animación Pastoral (EDAP’s). Los equipos participantes provenían de diversas diócesis: Ciudad Altamirano, Ciudad Nezahualcóyotl, Ciudad Valles, Ecatepec, Izcalli, Saltillo, Tampico, Texcoco, Valle de Chalco, Teotihuacán, Tepic y dos parroquias del Estado de Veracruz. Lo que tienen en común estas Iglesias Particulares es que en su acción pastoral se iluminan por el Método Prospectivo.

En un clima fraterno, a través del diálogo, el discernimiento y la oración, compartimos experiencias sobre la vida y la acción pastoral de nuestras diócesis; reflexionamos sobre la espiritualidad de comunión en sus dimensiones teológica, relacional y pastoral, y palpamos una experiencia pastoral significativa (Casa de la Esperanza y Proceso Vocacional) de la Diócesis de Tepic, a fin de asumir nuevos sentimientos y convicciones, actitudes y comportamientos que de ella emanan.

La presencia de los señores obispos Raúl Vera, de Saltillo; Héctor Luis Morales, de Ciudad Nezahualcóyotl; Víctor René Rodríguez, de Valle de Chalco; y Luis Artemio Flores, de Tepic,  alentó nuestro trabajo eclesial y fue un aliciente para continuar laborando en la implantación del Reino de Dios.

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    La unidad no es sinónimo de uniformidad

    Son numerosas las experiencias compartidas, los retos abordados y los desafíos descritos en la tónica de la acción pastoral; nuestras diócesis son tan distintas y a la vez tan iguales... La Iglesia de Cristo es Una, y el fundamento de la unicidad y de la unidad de la Iglesia es el Dios Uno y Trino. Decíamos en las mesas de trabajo: “La unidad de la Iglesia no es sinónimo de uniformidad”. Ella no sólo no elimina las diferencias, sino que las exige, las respeta y promueve, como postula el modelo trinitario. La unidad de la Iglesia no sólo se restringe a su dimensión interior, sino que se manifiesta visiblemente, o por una razón antropológica (la persona humana se realiza y se manifiesta en la corporeidad, en la sociedad y en la historicidad), o por una razón misionera (la credibilidad del anuncio del Evangelio depende del testimonio de la unidad visible de los discípulos).


    La reflexión se hace necesaria

    Los momentos de estudio y reflexión fueron compartidos competentemente por los padres Fernando Zapata, Mario Merino y Francisco Xavier Rodríguez; todos nos contagiaron de su amor por la acción pastoral de la Iglesia de Cristo; todos acrecentaron nuestro convencimiento de seguir avanzando en nuestros proyectos apostólicos. 

    Cuando abordamos el “qué hacer” de la pastoral, el padre Zapata recalcaba la gran tarea que nos apremia, la enorme cantidad de propuestas que nos llaman, los modelos personales de cada pastor que entran en relación, la cantidad de pequeños o grandes fracasos y frustraciones a lo largo del camino; además, la falta de método y el descuido de la espiritualidad comunitaria; todo eso hace que quienes participan responsablemente en la acción pastoral se sientan frecuentemente confundidos o perplejos, rebasados o incapaces de dar con una respuesta completa y más eficaz con lo que somos y creemos.


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      Todos somos propiedad de Cristo

      En los últimos años mucho se ha hablado en nuestras diócesis de la espiritualidad de comunión, pero se está corriendo el riesgo de dejarla sólo como un concepto frío en nuestra mente; necesitamos con apremio convertirla en un estilo de vida y relación. El padre Merino afirmó que para que se dé la espiritualidad de comunión interpersonal y social necesitamos personas que sean conscientes de su ser, que tengan conciencia crítica y auto-crítica, que vivan la armonía personal para poder entrar en la profunda comunicación con los otros (la realidad) y con el Otro, lo que produce personas que están en paz y son felices.  A partir de este nuevo desarrollo de la consciencia personal puede aparecer la persona humana que está en condiciones de construir ese novum, en el que se crea la sinergia que permita la estructuración del equilibrio dinámico y abierto, que cree la aparición de una nueva fase de la civilización humana.

      En conclusión, podemos decir que la comunión es la realidad “por la que los cristianos no se pertenecen ya a sí mismos, sino que son propiedad de Cristo, como los sarmientos insertos en la vid” (Christifideles Laici n. 18); se trata de una realidad que sólo puede explicarse, en definitiva, a la luz del misterio trinitario, que se ha dado a conocer en la revelación del Verbo encarnado y del que estamos llamados a formar parte a través de su cuerpo, que es la Iglesia.

       

      Colaborador

      Juan Miguel Arreola Zavalza