La figura de Judas Iscariote ha pasado a la posteridad como una de las más sombrías de la historia sagrada. 

El adjetivo de “traidor” de Jesús, que los mismo evangelios le dan, y su papel gris en los relatos de la pasión, le han valido esta lapidante condena del colectivo de creyentes y no creyentes de todos los tiempos. Sin embargo, esto mismo ha despertado un sin número de preguntas acerca de su persona: ¿quién fue Judas?, ¿por qué terminó traicionando a Jesús y en tan dramático desenlace al quitarse la vida?; éstos, entre muchos, son los grandes misterios que ha dejado Judas Iscariote.


Judas el discípulo

Como la mayor parte de los personajes del evangelio, de Judas no se dan grandes datos sobre su vida. Son pocos los momentos en que se le menciona. No conocemos el momento exacto de su llamado por parte de Jesús. Los sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), se limitan a mencionarlo en la lista de los doce discípulos llamados por el Maestro, siempre al final de ellos y con la aclaración “…que fue el traidor” o, “..que fue el que lo entregó”. (Mt 10,5; Mc 3,19; Lc 6,16). 

Por su parte, aunque Juan no menciona esta lista, reporta el rol que tenía Judas entre los discípulos: era el “encargado de la bolsa” (Jn 12, 6; 13, 29). Y de las seis veces que lo menciona, en cuatro de ellas también alude a la frase calificativa “éste le iba a entregar…”, con lo que el autor anticipa la traición futura. 

No se dan más datos sobre la personalidad de Judas, sólo deducciones de su origen, por su apelativo “Iscariote”, que se le relaciona con el grupo de los “celotas”, grupo rebelde en tiempos de Jesús que pretendía sublevarse al Imperio Romano, dominante en el momento. Sin embargo, esto no lo afirman los textos y es una mera interpretación. Por otro lado, se cree que Iscariote alude más a un patronímico: (Ish-Cariot: Hombre de Cariot), una villa situada a 19 km al sur de Hebrón.

Una afirmación más que no titubea el evangelio en hacer de él, es que “era ladrón” (Jn 12,6). Por lo que el evangelista va preparando al lector con una imagen no positiva del discípulo que entregaría a Jesús por “treinta monedas” (Mt 26, 14-16).

Lo cierto de todo esto es que era del grupo de los doce, llamado por Jesús a compartir con Él su proyecto del Reino (Cfr. Mc 3,14). Esto nos hace preguntarnos entonces: si Jesús lo llamó y le dio el mismo trato y formación que a los demás discípulos, ¿qué llevó a Judas a desviar completamente esta misión?

    La confusión

    La misión y obra del Maestro no fueron fáciles. Jesús encontró diversas dificultades para ser comprendido, no sólo por sus adversarios, sino por sus mismos discípulos. Juan nos lo presenta claramente en 6,60-66. Muchos de sus discípulos en determinado momento encontraron sus enseñanzas muy difíciles de poner en práctica. “Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?. Y muchos se volvieron atrás y dejaron de seguirlo”. Inicia así la crisis de los discípulos, y también la de Judas.  

    Fue en particular los anuncios de su pasión y el lenguaje de entrega, donación y “pan partido” (Cfr. Jn 6,26-58), lo que provoca la turbación de los discípulos. Jesús no sólo predice su propia muerte, sino que les deja claro que también ellos deben tomar la propia cruz para seguirlo (Cfr. Mt 16,21. 24-28). Explícitamente deberían sufrir por su causa (Cfr. Mt 10,17-18; Jn 15,18-20). Pero ellos no le comprendían. 

    Estas declaraciones de Jesús chocaban grandemente con las altas expectativas que se habían fijado del proyecto que ellos imaginaban (¿un reino meramente terrenal?) y que resultaría del movimiento emprendido por Jesús (Cfr. Lc 9,46. 22,24; Mt 20,20-28). 

    El corazón confundido de los discípulos es constantemente confrontado por Jesús. Algunos fueron capaces de superarlo y en medio de la confusión aún permanecen al lado de Jesús. Es el caso de Pedro, que interpelado por el Maestro y a nombre de los discípulos exclama: “Señor ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 67-69). Sin embargo, no todos comparten esta conciencia. Hay uno, Judas, que ya en su corazón ha dejado anidar la duda profunda y al “diablo” (Cfr. Jn 6,70-71; 13,2), es decir, al autor de la confusión, el engañador por excelencia (Cfr. Jn 8,44). Ya no es él, sino “otro” el que mueve su corazón y conciencia.

    La turbación de Judas y su empecinamiento lo llevaron a caer en el lado opuesto del combate. El evangelista san Juan, que juega mucho en su escrito con figuras opuestas, habla de luz y tinieblas, como opuestos en combate (Cfr. Jn 1,5; 12,35-36. 46, etc.). Por eso cuando habla que Judas ya ha sido atrapado por las tinieblas, después de tomar el bocado de manos de Jesús, sale de su presencia y enfatiza “era de noche” (Cfr. Jn 13,30).


    El misterio  de Judas y la misericordia

    Es el evangelio de Mateo (27,3-10) y Pedro en su discurso en Hechos (1,18-19), los que dan noticia del final trágico de Judas. En Mateo, pareciera que Judas se da cuenta de su error y al presentarse con los sumos sacerdotes les declara: “he entregado a un inocente, he pecado”, pero ante la negativa de los oyentes, decide quitarse la vida. Este que pareciera ser un aviso de arrepentimiento, se esfuma ante su fatal decisión. El papa Benedicto XVI afirmará de este momento en Judas: “Su segunda tragedia después de la traición, es que ya no logra creer en el perdón. Su arrepentimiento se convierte en desesperación… un arrepentimiento que ya no es capaz de esperar, si no que ve únicamente la propia oscuridad, es destructivo y no es verdadero arrepentimiento”.

    Con todo lo dicho, la figura de Judas sigue siendo un enigma, difícil de entender. Pero sin duda, lo más importante que nos transmite es una seria invitación a confrontar nuestra vida y llamado, de tal manera que no sigamos nuestra confusión, sino la Luz que Cristo viene a darnos, y a esperar que siempre, la última palabra la tiene la misericordia divina.