Jesús estaba sentado con los suyos compartiendo el pan, sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre. Se levantó de la mesa, se puso el manto y empezó a lavar los pies a los discípulos. Aunque los discípulos no comprendieron en ese momento lo que había hecho su Maestro, Él les dejó una grande tarea: “Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Juan 13,15).

El Jueves Santo, en la celebración de “La Cena del Señor”, conmemoramos los 3 regalos que Jesús entregó a su comunidad: la Eucaristía, el Sacerdocio y el Mandamiento del Amor. 

Posteriormente acompañamos a Jesús en su noche angustiosa en el Huerto de los Olivos, donde será traicionado, entregado y sentenciado a muerte.

Este día da inicio el Triduo Pascual.


El Relato

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, ¿me vas a lavar los pies a mí?" Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás".  "No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte".  "Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!" Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos". Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios". Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?  Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy.  Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.  Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.” (Jn 13, 1-15).


De la Pascua Judía a la Pascua Cristiana

La Pascua es la solemnidad más importante del pueblo judío. Antes de empezar la cena pascual, los israelitas se ponían de pie con bastones en las manos y las sandalias en los pies, recordando la prisa de aquella noche y del camino que iban a emprender y que les llevaría, por el desierto, hacia la Tierra Prometida.

Jesús celebra la Pascua de otra manera. Jesús, verdadero Cordero pascual, se ofrece a sí mismo por nuestra salvación. Al pronunciar la bendición sobre el pan y el vino, anticipa el sacrificio de la cruz y manifiesta la intención de mantener su presencia con nosotros para siempre bajo las especies del pan y del vino. Es en esta misma cena donde sus discípulos son constituidos ministros de este sacramento de salvación, que habrá de ser transmitido a lo largo de los años; ahí surge el Sacramento del Orden Sacerdotal.

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      La Celebración

      Por la mañana se celebra la Misa Crismal en todas las catedrales del mundo. El obispo, con sus sacerdotes, renueva sus promesas sacerdotales y bendice los Santos Oleos, que serán utilizados en los sacramentos que se celebren durante el año. En nuestra diócesis, esta misa se celebra el martes santo, ya que la distancia entre las comunidades y la sede episcopal es considerable.

      Por la tarde se celebra, en todas las parroquias, la Cena del Señor. Jesús se hace presente de modo real con su cuerpo entregado y con su sangre derramada como sacrificio de la Nueva Alianza. Al mismo tiempo, Él instituye a los Apóstoles –y a sus sucesores– ministros de este sacramento, que entrega a su Iglesia como prueba suprema de su amor.

      Al término de la liturgia del Jueves Santo, la Iglesia deposita el Santísimo Sacramento en un lugar preparado a propósito, que representa la soledad del Getsemaní y la angustia mortal de Jesús.

      Algunas peculiaridades que se destacan en la celebración de este día son:

      1. Antes de la Misa Vespertina se retira el Santísimo Sacramento. 
      2. En la Eucaristía se entona el Himno de Gloria, acompañado del sonido de las campanas, que no habrán de tocarse sino hasta la Vigilia Pascual.
      3. Después de la homilía, el sacerdote hace el lavatorio de los pies a doce personas, para recordar el gesto de Cristo durante la última cena.
      4. En el ofertorio se presentan hostias suficientes para la celebración del día y la del viernes, ya que no puede celebrarse la misa y, por tanto, no pueden consagrarse.
      5. Después de la comunión se deja el copón sobre el altar. Tras la oración después de la comunión no se da la bendición, como un símbolo de la continuidad entre las tres celebraciones que constituyen el Triduo Pascual.
      6. Después de esta oración el sacerdote, ceñido con el paño de hombros, lleva el copón con el Santísimo Sacramento en procesión hasta una capilla especialmente preparada para dejar el Cuerpo de Cristo guardado hasta la siguiente celebración.

      “No se haga mi voluntad, sino la Tuya”

      Después de la Última Cena, Jesús entra en el huerto de Getsemaní y también aquí reza al Padre. Mientras los discípulos no logran estar despiertos y Judas está llegando con los soldados, Jesús comienza a sentir «miedo y angustia». Experimenta toda la angustia por lo que le espera: traición, desprecio, sufrimiento, fracaso. Está «triste» y allí, en el abismo, en esa desolación, dirige al Padre la palabra más tierna y dulce: «Abba», o sea papá (Cfr. Mc 14, 33-36). 

      En la prueba, Jesús nos enseña a abrazar al Padre, porque en la oración a Él está la fuerza para seguir adelante en el dolor. En la fatiga, la oración es alivio, confianza, consuelo. En el abandono de todos, en la desolación interior, Jesús no está solo, está con el Padre. Nosotros, en cambio, en nuestros Getsemaníes, a menudo elegimos quedarnos solos en lugar de decir “Padre” y confiarnos a Él, como Jesús, confiarnos a su voluntad, que es nuestro verdadero bien. 

      Pero cuando en la prueba nos encerramos en nosotros mismos, excavamos un túnel interior, un doloroso camino introvertido que tiene una sola dirección: cada vez más abajo en nosotros mismos. El mayor problema no es el dolor, sino cómo se trata. La soledad no ofrece salidas; la oración sí, porque es relación, es confianza. Jesús lo confía todo y todo se confía al Padre, llevándole lo que siente, apoyándose en él en la lucha (Cfr. Papa Francisco, Audiencia General, 17 de abril de 2019).