La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) comienza su informe 2018 afirmando: “La OIM está consagrada al principio de que la migración, de forma ordenada y en condiciones humanas, beneficia a los migrantes y a la sociedad… y trabaja con sus asociados de la comunidad internacional para ayudar a encarar los crecientes desafíos que plantea la gestión de la migración, fomentar la comprensión de las cuestiones migratorias, alentar el desarrollo social y económico a través de la migración y velar por el respeto de la dignidad humana y el bienestar de los migrantes”.

La migración desde la fe cristiana

Los cristianos creemos que toda la humanidad vive en estado permanente de migración: estamos en camino hacia “la tierra prometida”, hacia “el descanso eterno”, “hacia el cielo”, nuestra verdadera patria.

Según el relato bíblico, la historia humana proyectada por Dios como historia de salvación y de vida en plenitud dejó de serlo para convertirse en una historia de condenación y de muerte, porque el ser humano desobedeció a Dios (Génesis, capítulos del 1 al 11). Pero desde el capítulo 12 Yahvé quiere recuperar y reordenar su proyecto de creación; quiere que la historia humana sea de nuevo “Historia de Salvación”. Entonces llama a un hombre, Abrán, para iniciarlo poniéndolo en estado de migración: “–deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré…”. El fruto de esta migración encabezada por Abrán  –que significa padre (después Dios lo llamará Abraham, que significa padre en plenitud)– será bendiciones para toda la humanidad: “Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra” (Gn 12,1-9).

El proyecto de Dios continúa

En el capítulo 46 del Génesis se relata otra migración importante en la historia de la salvación. Ahora se trata de Jacob, a quien Isaac le heredó la promesa de Dios y a quien Dios cambió su nombre por el de Israel. Tuvo doce hijos que encabezarán las doce tribus  de Israel. José, “el más amado de los hijos” y el más envidiado por sus hermanos hasta querer deshacerse de él.  El caso es que, por los caminos de Dios y los azares del destino, ante una gran hambruna en toda aquella región –pronosticada por él al faraón– José se convierte en el primer ministro de Egipto, y con ese poder hace emigrar a toda su familia  de la tierra de Canaán a Gosen, en Egipto, y poderlos proteger. El fruto de esta emigración fue la supervivencia del pueblo hebreo, y con él la continuidad del proyecto de Dios.

    De Moisés a Jesús

    Otra gran emigración del pueblo de la Biblia es la encabezada por Moisés. Ahora es de Egipto a Canaán, la Tierra Prometida, después de más de cuatro siglos de esclavitud a la libertad, peregrinando por décadas en desierto, hasta entrar en posesión de la tierra que Dios prometió dar a Abraham y su descendencia. 

    El fruto de esta migración fue la libertad, para llegar a ser el pueblo de Dios por la Ley del Sinaí y, finalmente, tomar posesión de la Tierra Prometida.

    José, primero, y después con su esposa, María, supieron de la necesidad de migrar; primero para buscar trabajo –José se fue del sur (Belén) al norte (Nazaret)–. Después, para salvar la vida del Niño, tiene que emigrar la Familia a Egipto. 

    En todos los ejemplos aparece Dios queriendo ese movimiento en función de reconstruir la historia humana en historia de salvación. La Biblia propone al forastero (migrante) entre los rostros de pobres, y pide que se vea por ellos: “porque tú también fuiste forastero”.

    La migración en la actualidad

    No creo que el fenómeno actual de la migración internacional –que involucra a más de 200  millones de personas– sea una excepción. Dios está atrás, Dios nos está hablando. 

    Como dice el informe 2018 de la OIM: “se trata de un complejo fenómeno relacionado con múltiples aspectos económicos, sociales y de seguridad que inciden en nuestra vida cotidiana en un mundo cada vez más interconectado”. 

    Sin duda hay riesgos, pues acarrea cosas negativas, pero también la historia muestra que es una oportunidad que beneficia a todos: migrantes y anfitriones. México es un ejemplo de ello por las migraciones de españoles que ha habido en su historia. Desgraciadamente, entre las causales de la migración está también “el conflicto, la persecución, situaciones de degradación y cambio ambiental, y una acusada falta de oportunidades y seguridad humana”.

    Si Dios está detrás de la migración internacional –y creo que sí  está– no se puede tratar el fenómeno de forma represiva o satanizando a las personas o al contingente. Ni sólo de forma paliativa, con iniciativas más o menos personales o de grupos, que son buenas, ayudan a algunos, pero se ven fácilmente rebasadas por el fenómeno. 

    Se trata de más de 200 millones de personas que por años han sobrevivido careciendo de todo, pero creyendo todavía que el resto de la humanidad tiene capacidad de hacerles campo. 

    Si los países, de manera solidaria, a nivel universal, como la ONU y otras organizaciones, no abren sus fronteras, la necesidad de los que no tienen nada las va a romper. Si no abren las fronteras, abran por lo menos sus arcas para que los migrantes, en sus países de origen, puedan cubrir sus necesidades. Es un clamor que llega al cielo.