En los orígenes, la Iglesia Católica nació siendo judía. Es decir, los primeros cristianos, que eran judíos, siguieron teniendo sus costumbres y cultura hebrea. Seguían usando como escrituras sagradas la Torá, los Profetas y los otros Escritos (nuestro Antiguo Testamento), como referencia de fe escrita. Frecuentaban –como de ordinario– la sinagoga los sábados y seguían practicando con las normas judías su fe y sus costumbres.

Fue hasta tiempo después que estos cristianos de la primera generación –y las generaciones posteriores a ellos– crearon sus propias tradiciones, y por tanto su propia literatura sagrada; claro, sin dejar de utilizar la que ya tenían, heredada del judaísmo.

¿Qué fue lo primero que se escribió sobre Jesús?

Los estudiosos se han preguntado cuál es el tema central de esta escritura meramente cristiana. Es decir, qué fue lo primero que empezaron a escribir los cristianos acerca de Jesús.

Primero que nada hemos de tener en cuenta que, como la mayoría de los textos bíblicos, antes de ser puestos por escrito provienen de una fuerte tradición oral. Una tradición que tenía como centro la predicación de aquello que había marcado sus vidas: la experiencia y persona de Jesús de Nazaret. Así pues, antes que los redactores y compositores de los libros sagrados se dieran a la tarea de escribir, tuvieron en cuenta los “dichos y hechos de Jesús” que las comunidades cristianas manejaban, a partir de la experiencia que los discípulos y aquellos testigos vivenciales tuvieron con Jesús en persona.

Pasión, muerte y resurrección de Jesús

La mayoría de los estudiosos de la Escritura han llegado a la conclusión de que en el Nuevo Testamento hay pequeños “relatos base” –o “unidades teológicas”– de donde parte el resto del contenido que los textos nos reportan. Se trata de credos, himnos y fórmulas kerigmáticas, donde el tema principal es la “pasión, muerte y resurrección de Jesús” (Cfr. 1 Tesalonicenses 4, 14; Fil 2, 6-11; Hch 2,14-16). Esto es lo que seguramente en las comunidades cristianas primitivas más se comentaba, se oraba y se celebraba.

Los evangelios –que son el testimonio más claro de los dichos y hechos de Jesús– tienen el mismo centro temático: la pasión de Jesús. Tanto los sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), como el evangelio de Juan, a pesar de sus diferencias, coinciden en relatar este episodio de la vida de Jesús: su pasión, muerte y resurrección. Incluso hay quien ha afirmado que “los evangelios son un relato de la pasión… precedidos de una gran introducción”, haciendo referencia al resto del contenido del evangelio.

    Esencialmente narran lo mismo

    Esencialmente, los cuatro evangelios narran lo mismo en su relato de la pasión: del arresto de Jesús (Mc 14, 13) hasta su sepultura (Mc 15,47); los mismos elementos en el mismo orden. Esto supone que debió existir muy pronto un relato primitivo que pudiera iniciar con el episodio del arresto y que fue utilizado bajo la óptica de cuatro narraciones, como resultado de una larga evolución.

    Marcos, Mateo y Lucas dedican más de dos capítulos de su evangelio a la muerte de Cristo. Juan, por tu parte, casi la mitad de su obra, comenzando con el lavatorio de pies (capítulo 13) intercalando, como es su estilo, los grandes discursos.

    La diferencia está en la época, la intención y los destinatarios

    Hemos de tener en cuenta que una de las razones por las que existen cuatro narraciones del evangelio es que cada una tiene una época diferente de elaboración, así como una diferente intención catequética y, por lo tanto, va dirigido a unos destinatarios más o menos definidos, con un mensaje que varía en sus formas. Pero, aun así, de las cuatro narraciones podemos descubrir tres características principales comunes entre sí:

    Una sería la discreción con que presentan la muerte de Jesús en la cruz. El tema no dejaba de tener cierto tabú o escándalo ante los cristianos de aquellos tiempos (Cfr. 1 Cor 22). Así tenemos que el lenguaje de la cruz aparece solamente con el relato de la condena por parte de Pilato (Mc 15,13). Lucas es el que menos menciona la cruz de los cuatro, sólo lo pone en el grito de la gente: “¡crucifícalo!” (Lc 23,21); cuando la lleva a cuestas (23,26) y cuando fue puesto en ella (23,33). El que más la menciona es Juan, unas 16 veces.

    Otra característica de los relatos de la pasión es que resaltan la inocencia de Jesús. Tres veces en Marcos, 5 en Mateo, 7 en Lucas y 7 en Juan. En Lucas, por ejemplo, Pilato manifiesta tres veces su intención de soltar a Jesús por encontrarlo inocente (Lc 23,16.20.22).

    Finalmente resaltan la profundización del misterio y el cumplimiento de las Escrituras en la obra de Jesús. Casi todos los episodios próximos a la muerte de Jesús –de la crucifixión al descendimiento de la cruz– son leídos a la luz de la Escrituras: el despojo y reparto de sus vestiduras, las injurias hacia Jesús por parte de los presentes, la oscuridad de la tierra, el grito de Jesús al expirar, la rotura del velo del templo, la lanzada del centurión. Todas son enunciadas como cumplimiento de una profecía o de otro misterioso pasaje encontrado en los antiguos escritos. De este modo, la conciencia cristiana de las primeras comunidades –y por lo tanto de los autores sagrados de estos escritos–  buscaron poco a poco explicar el sentido e importancia de la muerte de Jesús, el Cristo. Eventos que marcaron definitivamente su vida y el de las generaciones de creyentes que vendríamos después de ellos.