El ministerio de presbítero –también llamado sacerdote o padre– aparece en la vida de las primeras comunidades cristianas. Aparece como un ministerio diferente al de los apóstoles y los diáconos (Hech 14, 23; 20,17.28.31-33). 


Características esenciales para los sacerdotes

San Pablo, ya convertido en un apasionado seguidor y misionero de Jesús, los nombra y los deja a cargo de sus comunidades. También aparece el ministerio sacerdotal en primera de Pedro (5, 1-4). Igualmente el autor de la carta a los Hebreos, quien partiendo de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, se refiere a los hombres llamados a participar de su sacerdocio, y nos deja características esenciales para los sacerdotes de todos los tiempos: 

  • Es tomado de entre los hombres y puesto a favor de los hombres.
  • Para ofrecer oraciones y sacrificios por los pecados propios y los de los demás.
  • Nadie se apropia esta dignidad, sino aquél a quien Dios llama.
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    Un sacramento, tres ministerios

    Con el paso del tiempo, la Iglesia se fue organizando y estructurando conforme aumentaba el número de comunidades cristianas. 

    Los Doce fueron muriendo; y algún miembro de la comunidad que se distinguía por la vivencia del Evangelio tomaba su lugar como sucesor del apóstol y, más adelante en el tiempo, como sucesor de los sucesores de los apóstoles, que se nombraban obispos. Finalmente se llegó –en la teología del sacramento del Orden– a los tres grados de participación en el  sacerdocio ministerial de Jesucristo: obispo, presbítero y diácono.  

    Junto con esta diversificación –por razón del sacerdocio ministerial– se fue profundizando en la realidad y presencia de la Iglesia en los escritos de los padres y teólogos de la Iglesia a manera de enseñanzas, de cartas y de exhortaciones a toda la comunidad o, específicamente, al obispo y su presbiterio: “que los presbíteros y fieles cristianos estén en comunión con el obispo”.


    Yo,  presbítero diocesano

    El grado más frecuente –o más numeroso de participación– es el segundo: los presbíteros (más conocidos con el nombre de sacerdotes o padres). Por ejemplo, en nuestra Diócesis de Tepic hay un Obispo, más de doscientos sacerdotes, siete diáconos permanentes y algunos diáconos en transición que pronto serán ordenados presbíteros.

    La participación en el sacerdocio nos confiere una autoridad diversa –según el grado– para  el pastoreo de la comunidad diocesana: para regir, enseñar y santificar a los fieles cristianos. El obispo, que es el sucesor de los apóstoles, tiene la plena autoridad en su diócesis, manteniéndose en comunión con el Papa en turno. Pero los tres grados de participación en el Sumo y Único Sacerdocio de Cristo produce, en los que son llamados, transformaciones comunes:

    • Jesús nos llama en su seguimiento con una vocación especial y, si aceptamos, Dios nos “toma en posesión y nos consagra para siempre”.
    • Es posesión total, integral: mi ser y mi quehacer –sin dejar de ser un ser humano– me transforma en “otro Cristo”.

     

    • Jesús me consagra con su Espíritu y me participa de su poder para colaborar en su misión salvífica a favor del mundo.

    Esta verdad revelada sobre el “Sacerdocio Ministerial” –que se celebra eficazmente en el Sacramento del Orden– es nuclear, no cambia. Se podrán hacer enfoques,  adaptaciones e insistencias en la práctica pastoral, de acuerdo a los cambios en la vida de la humanidad y, por tanto, de la Iglesia, que fue fundada y vive para su servicio. Por ejemplo, en un artículo de esta misma revista, hace unos meses, me refería al perfil del sacerdote de la diócesis como “un hombre de Dios, testigo de la misericordia de Dios, reconstructor del corazón y del tejido social del ser humano”.

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      El sacerdote diocesano de Tepic 

      A punto de cumplir 47 años de sacerdote el próximo agosto, después de haber pasado por 13 años de formación –mitad antes del Concilio Vaticano II y mitad después–, con la experiencia de haber estado bajo el pastoreo de 5 obispos –incluyendo un auxiliar–, de haber prestado, prácticamente, todos los servicios que se tienen en una diócesis –excepto el de obispo– y también con una amplia y rica experiencia de errores y pecados,  quiero compartir mi opinión sobre el sacerdote diocesano de Tepic que necesitamos urgentemente, sin pretender ser exhaustivo, e incluyendo un optimista “recuento de daños”.

      Citando la Carta a los Hebreos en su estupenda conclusión (10,19-25), quiero compartir mi credo sacerdotal: “Creo que Jesús me llamó a seguirlo, por pura misericordia, como sacerdote. No a cumplir una función o funciones, sino a ser sacerdote, a hacerlo presente en medio del pueblo, como otro Cristo. A ser servidor para dar vida poniendo mi vida y mi amor en gasto. Creo que los sacerdotes somos hermanos por lazos más fuertes que la sangre de nuestros padres y que debemos mirarnos, amarnos y ayudarnos como tales. Creo en el servicio episcopal de paternidad y lo que sea necesario para conducir el rebaño hacia pastos de vida eterna. Creo en la comunión filial y fraterna entre los sacerdotes, y con él como padre obispo. Creo que es actual y urgente que al estilo de Jesús ‘que inauguró para nosotros un camino nuevo y vivo hacia Dios,  a través del velo de su cuerpo’ (Hb 10,20), también el sacerdote con el velo de su cuerpo, abra nuevos caminos  hacia Dios para sí mismo y para los demás”. 

      Recordemos que los contemporáneos de Jesús, en su manera de ser “tan humano”, lo descubrieron como Dios, creyeron en Él y lo siguieron.