Uno de los temores que algunas personas tenemos, es que si por enfermedad o accidente estamos muy graves, nos internen en un hospital público donde probablemente nos van a dejar morir por la alta demanda de camas, o bien, si caemos en un hospital privado, nos van a mantener con vida para seguir cobrando por los procedimientos que se nos realicen. 

Esto nos lleva a dos posibles extremos, bien sea que pudiera aplicársenos la eutanasia o, por otra parte, el encarecimiento o ensañamiento terapéutico para mantenernos con vida a través de medios extraordinarios que no nos dejen morir naturalmente. 


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    Empecemos con algunas definiciones

    La eutanasia es pedir una muerte suave para personas que tienen una enfermedad en etapa terminal que en poco tiempo llevará a la persona a la muerte.

    Algunos piden la legalización de la eutanasia para que las personas que padecen dolores muy graves o tienen que someterse a tratamientos muy agresivos, dejen de sufrir, así lo explica el Padre Silvio Marinelli Zucalli, sacerdote de la Orden de San Camilo, Fundador y Director del Centro San Camilo para la Humanización. 

    Por su parte, el Padre Francisco Javier Huerta Orozco, coordinador de la Pastoral de la Salud en Guadalajara y capellán del Hospital Civil Fray Antonio Alcalde en Guadalajara, explica: “La Iglesia nunca va a aceptar la eutanasia, sin embargo, cuando los médicos descartan que haya tratamientos que puedan ayudar a mejorar la salud de las personas, éstas pueden decidir suspender el tratamiento y esperar el cauce natural de la enfermedad. Con esto no se le produce la muerte con alguna inyección o con algo que apresure su muerte”. 

    La eutanasia nos muestra que hemos fracasado como una sociedad solidaria. Como cristianos debemos ofrecer alternativas de vida digna a los más débiles, especialmente a los enfermos cercanos a la muerte. 

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      En medio de estos dos panoramas está la ortotanasia, es decir, una muerte natural y digna que llega cuando tiene que llegar, sin intervención de medios artificiales. 

      Pongamos un caso

      Yazmín fue una joven que padeció insuficiencia renal durante poco más de 15 años. Después de pasar una navidad en el hospital, convenció a su familia para que la llevaran a morir en casa. 

      “Tenía una cirugía que no le cerraba, pues su piel ya no permitía que la cosieran; su hígado no servía, ya no le encontraban las venas para transfundirla; su páncreas tampoco estaba bien; sabía que estaba en sus últimos días, médicamente no se podía hacer nada más, y quiso vivirlos en casa rodeada de sus seres queridos. Era una joven firme en su fe y con su fe, y tenía una gran fortaleza. Recibió los Santos Óleos y la Comunión. Vivió los últimos momentos con su familia y con mucha paz”.

      Y es que todos quisiéramos tener una muerte digna, rodeada de nuestros seres amados y con lo necesario para mitigar el dolor.


      No es lo mismo

      Es diferente limitar el esfuerzo terapéutico a pedir la muerte mediante la eutanasia. “La eutanasia es un proceso a través del cual se induce la muerte a la persona”. 

      Frente a esta perspectiva, la Iglesia siempre ha pedido que se respeten los ritmos de la naturaleza, esto no significa que no se haga nada, sino que haya servicios adecuados para acompañar a quienes viven la etapa terminal de su vida, mediante los cuidados paliativos, que buscan quitar el dolor físico, aliviar llagas, escaras, dificultades respiratorias, comezón, hipo y una serie de síntomas que hacen la vida muy difícil y que provocan sufrimiento. 

      “Los cuidados paliativos buscan otorgar una vida digna hasta el fin con una buena higiene, adecuada alimentación y la movilización del paciente. El acompañamiento de tipo psicológico y espiritual. Estos cuidados no quitan la enfermedad, pero ofrecen al paciente y sus familiares el apoyo que necesitan”, explica el Padre Silvio Marinelli. 

      “Cuando se ofrecen condiciones dignas de vida, las peticiones de eutanasia se reducen. Cuando al enfermo no se le ofrece nada, la persona se siente desamparada, abandonada y prefiere morir”. 

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        El retroceso

        En 2009 se publicó el decreto por el que se reforma y adiciona la Ley General de Salud en Materia de Cuidados Paliativos. En 2014 se adiciona el uso de opiáceos para paliar el dolor y en 2019 se reconoce a los cuidados paliativos como un área independiente y como especialidad. Hasta aquí todo bien, sin embargo, la iniciativa que propone reformar el artículo 4to. de la Constitución Política del Estado, que busca garantizar una vida y muerte digna a personas que padecen en etapa terminal y que promueve la eutanasia, es un retroceso.

        Debemos reconocer que como cristianos no hemos hecho lo suficiente, pues no hemos exigido. Falta implementar más unidades de cuidados paliativos, pues los lugares de asistencia social son contados, y en materia pública la atención que se brinda es mínima en relación a la cantidad de enfermos que los necesitan. 

        Es ahí, en las crisis por la carencia de cuidados paliativos, que la gente pide ‘lo que sea’ para dejar de sufrir. 

        Otro factor de riesgo, de aprobarse la eutanasia, es la corrupción que puede propiciar que se cometan homicidios, atendiendo otros intereses. “En países donde la eutanasia está aprobada desde hace mucho, como en Suecia, el que se autorice una eutanasia lleva años; se hace un análisis profundísimo y multifactorial antes de aplicarla”, cosa que no sabemos si ocurra en México. 

        Es probable que quienes se encargan de legislar no conozcan los cuidados paliativos, y es por eso que consideren la eutanasia como una alternativa para disminuir el sufrimiento.