A propósito del llamado “mes del niño” y ante las complicaciones de la vida diaria, pertinente resulta reflexionar sobre la tarea que desarrollan quienes tienen la fortuna de ser padres en transmitir un buen legado a sus hijos, para que ellos adopten y practiquen buenas costumbres y virtudes, principios morales, éticos y, en general, conductas y acciones que abonen en la construcción de una mejor sociedad. 


La formación no es exclusiva de la religión

Resulta cómodo y práctico pensar que dicha tarea es propia –o hasta exclusiva– de la religión; sin embargo, debe recordarse que la familia es la más antigua de las instituciones sociales humanas, y existirá, de una forma u otra, mientras subsista el género humano.

En el seno familiar es donde el niño, desde recién nacido, vive el proceso de desarrollo no sólo físico, sino también mental, hasta llegar a ser autónomo; a la vez que los padres asumen la función de transmitirle sus valores, costumbres y prepararle para integrarse en las pautas culturales y sociales vigentes. 

Pero dicha tarea cada día se ve atacada por la vorágine de la política económica del mundo globalizado, en la cual se dicta que los integrantes de la familia, especialmente las cabezas de éstas (padre y madre) se dediquen sólo a producir economía, luego entonces, no existe persona que se encargue responsablemente de transmitir valores, y ello también va en contra del propio desarrollo de la niñez, que ante la ausencia de los padres son blanco a través de los medios de comunicación, redes sociales y otros factores externos al seno familiar, de ideologías contrarias a su desarrollo que ponen en riesgo su integridad y seguridad, sin que los padres oportunamente tengan control sobre ello. 

Establecer límites

En ese contexto, y ante el ausentismo de los padres en el hogar por cumplir largas jornadas de trabajo, estos cada día son más permisivos hacia con ellos mismos y hacia con sus hijos; no saben poner límites ni tienen autoridad moral para hacerlo; fomentan la relativización de valores y principios, o ya ni siquiera los conocen; anteponen formas de pensamiento económico y no familiar, social o cultural; en fin, practican, fomentan y siembran en sus hijos valores que favorecen la destrucción más que la edificación de mejores personas. 

Los padres, en el contexto actual, y para justificar su ausentismo, extreman sus acciones en darles a sus hijos lo que no tuvieron, olvidándose de dar lo que sí tuvieron en su infancia, y que precisamente fue: padres presentes y más atentos a su desarrollo y crecimiento.


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    La disciplina es importante

    En ese sentido, resulta preocupante tomar conciencia de la semilla que se está sembrando para tener claridad en el fruto que dará después de que germine la semilla del abandono, y que tocará cosechar llegado el momento en que los niños sean adultos.

    A los padres de familia, para ejercer la “patria potestad”, las leyes civiles les confieren “el derecho y el deber de aplicar la corrección disciplinaria, de manera prudente y moderada, con el fin de educar en forma armónica y positiva” (Articulo 580, fracción IV, Código Civil Jalisco); esto es, les imponen la obligación de velar por el crecimiento y desarrollo armónico de sus pupilos, y no se encarga dicha tarea a la práctica de algún culto de Fe determinado, sino a los propios progenitores. De ahí que deben favorecerse las relaciones familiares y hay que cuidarlas. 

    Hace falta alimentar los buenos sentimientos y afanarse por la armonía y la paz en los hogares, y transmitirlos de generación en generación. Es normal que haya desavenencias y diferencias, sobre todo cuando las familias pasan por momentos de crisis, en el sentido de que se produzcan cambios que requieran la adaptación a nuevas realidades; sin embargo, la necesidad de sembrar en los hijos valores y principios no es exclusiva de la sociedad actual, sino que ancestralmente se han presentado y reconocen desde la Sagrada Escritura, cuando indica que: “ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella” (Hebreos 12,11). 

    “Se entiende por patria potestad la relación de derechos y obligaciones que recíprocamente tienen, por una parte el padre y la madre, y por otra, los hijos menores no emancipados, cuyo objeto es la custodia de la persona y los bienes de esos menores, entendida ésta en función del amparo de los hijos”

    (Artículo 578 del Código Civil de Jalisco).

    Instruir a los hijos en el camino correcto

    Con base a lo anterior, quienes tienen la tarea de ser padres no sólo deben de asumir la tarea de educar y transmitir valores, oficios y principios de manera responsable a sus hijos, sino que también deben estar atentos a los factores que juegan en contra de ellos, mismos como lo son su ausentismo, las influencias sociales o culturales, las políticas públicas, el desinterés y demás factores que ponen en riesgo la integridad, seguridad y desarrollo. 

    Armonizar los diversos cuerpos jurídicos que dictan los derechos y obligaciones de los niños y de los padres de familia, con los consejos sencillos y prácticos que nos brinda la Sagrada Escritura, no es tarea difícil, ya que muchos de estos dispositivos son afines.  La clave radica en encontrar un punto medio entre ambas posturas; se trata de transmitirles determinados valores, pero, a la vez, desarrollar en ellos una actitud crítica y autónoma, por ello la Sagrada Escritura invita a los padres aconsejándoles:  padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor” (Efesios 6,4). Asimismo señala: “Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará” (Proverbios 22,6).