Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo

Colaborador: Diac. Oscar Gerardo Flores

La celebración de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, cierra el Año Litúrgico en el que se ha meditado sobre todo el misterio de su vida, su predicación y el anuncio del Reino de Dios. Es una fiesta de futuro, porque nos adelanta el final de la historia, donde Cristo aparecerá en gloria, como Rey de todo lo creado, como centro y culmen de la historia, con el sí Dios a la humanidad y el amén de los hombres a Dios, como alfa y omega de la historia humana.


Institución de esta festividad

Esta festividad fue instituida por el Papa Pío XI en su encíclica Quas Primas promulgada el 11 de diciembre de 1925, estableciendo para su celebración el último domingo de octubre ante de la festividad de todos los santos, posteriormente el 14 de febrero de 1969 San Pablo VI en  su carta apostólica Mysterii Paschalis aprobó  el nuevo calendario romano general y trasladó esta fiesta para el último domingo del año litúrgico con el nombre de Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo,  para darle un sentido más escatológico a la perspectiva de

Nombre del documento en donde el papa aprobó el nuevo calendario apostólico
    El Papa Pío XI en su encíclica Quas Primas estableció la festividad

    segunda venida al final de los tiempos y que se tendrá en cuenta durante el tiempo de Adviento.


    Motivo de su institución 

    El motivo por el que el Papa Pío XI establece esta festividad a la realeza de Cristo  lo refiere en su encíclica antes mencionada: “al llamado  laicismo con sus errores y abominables intentos”, las cuales son: la negación por parte del hombre y de la sociedad al imperio de Cristo sobre las gentes,  la negación a la Iglesia fundada por el mismo Redentor del mundo de enseñar y guiar a todos los pueblos el camino a la  felicidad eterna que es Cristo Jesús, el querer someter a la Iglesia al poder civil por parte de los gobernantes y de sustituir la religión católica a una religión  con sentimientos solamente humanos, es decir, el alejarse y negar a Jesucristo  cayendo en un ateísmo y secularización con las consecuencias lamentables que sufre el ser humano y la sociedad. Por lo que exhorta entonces a buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo, pues no hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo.

    El Papa Pio XI, además enseña en su encíclica que el fundamento de la realeza de Jesucristo se funda en la unión hipostática, es decir, cuando Cristo sin dejar su divinidad asume nuestra condición humana menos en el pecado para anunciar el Evangelio llevando a cabo la obra de la redención del mundo con su pasión y muerte, salvando al hombre de la esclavitud del pecado. De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.


    El reinado de Cristo en la Escritura

    En las Sagradas Escrituras encontramos datos de la realeza de Nuestro Señor Jesucristo. Cuando el arcángel Gabriel  anuncia a la Santísima Virgen que iba a ser la Madre del Redentor y le refiere: “le dará el Señor Dios el trono de David, su padre y reinara en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin” (Lc 1,32-33);el mismo Jesucristo en varias oportunidades habló acerca de su realeza como por ejemplo en el anuncio  del juicio final: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en el trono de gloria, que es suyo” (Mt 25,31),

    imagen de Jesús rey del universo

      al responder a Poncio Pilatos cuando éste le preguntó si era rey: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18, 36) y más adelante le confirma  al gobernador romano: “Tú lo has dicho: yo soy Rey”(Jn 18,37); y en su aparición en Galilea antes de ascender al cielo diciéndoles a sus discípulos: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” ( Mt 28,18).


      ¿En qué consiste su reinado?

      -Entonces, ¿tú eres rey?, le pregunta Pilato. -Tú lo has dicho, yo soy rey, responde Jesús. Quizá antes de este momento final y definitivo, Jesús no se hubiera atrevido a confesarlo tan abiertamente, para no inducir a equivocación a quienes esperaban un rey temporal, que resolviera los problemas materiales, políticos y sociales del pueblo. Algo parecido sucede en la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de un burrito. Entonces se deja aclamar por los niños que gritan: “Hosanna al Hijo de David”, es decir, viene a reinar como el descendiente de David, y Jesús no rechaza tales aclamaciones

      Pero Jesús añade en esta ocasión: “mi reino no es de este mundo”, es decir, el poderío de Cristo, no es comparable con los reinos de este mundo ni brota del poder humano, sino que brota del amor de Dios a la humanidad. Un amor que no anula la libertad humana, sino que la potencia. Un amor que no elimina la colaboración humana, sino que la provoca y la hace posible.

      No se trata de una teocracia, el reinado de Dios consiste en el desbordamiento del amor de Dios sobre los hombres, en el amor a toda la humanidad sin excluir a nadie. Un amor que brota del corazón de Dios y se ha hecho carne en el corazón de Cristo. Un amor que no busca el dominio despótico, ni ejerce la violencia, ni tiene a su servicio los ejércitos y las armas de guerra, sino un amor que se propone para que el hombre libremente corresponda por su parte con un amor del mismo calibre. El amor de Dios es un amor provocativo de nuestro amor, al que libremente se responde, dejando que Dios reine en nuestro corazón, y desde el corazón humano empapar de amor toda la realidad social, la civilización del amor. Es, por tanto, un “reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz” (prefacio).

      “Yo para esto he venido al mundo, para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. En el Reino de Cristo no cabe la mentira, porque sólo la verdad es capaz de hacernos libres, mientras que la mentira nos hace esclavos. En un mundo en el que aparentemente triunfa el que miente y el que engaña, Jesucristo nos sitúa en la verdad de nuestra vida: seguirle a él debe hacerse en la verdad y en el testimonio de esa verdad, pues para eso ha venido al mundo Jesús. Y esta es la tarea de su Iglesia y de sus discípulos a lo largo de la historia, ser testigos de la verdad.

      imagen de Cristo Rey del cerro del Cubilete

        Celebrar a Cristo como Rey de la humanidad suscita en nosotros sentimientos de gratitud, de gozo, de amor y de esperanza. El Reino de Jesús es el reino de la verdad, del amor, de la salvación. Él nos ha librado del reinado del pecado, de las fuerzas que nos esclavizan y del poder de la muerte. Él nos pone en el terreno de la verdad y de la vida, en el camino del amor y de la esperanza. Él es el Rey de la Vida Eterna. Esta fiesta nos exhorta a acoger la verdad del amor de Dios, que no se impone jamás por la fuerza. El amor de Dios llama a la puerta del corazón y, donde Él puede entrar, infunde alegría y paz, vida y esperanza.