Hablar sobre Jesús y su lucha contra el mal y el demonio parece algo más que evidente. 

Sin embargo, es un tema no tan fácil de tratar. Pues si bien los relatos evangélicos y la literatura neostetamentaria está llena de esta temática, se tiene que leer con una adecuada óptica para concluir de qué tipo de “milagro” se trata y cuáles las implicaciones que el escritor sagrado quiere darle a su relato. 

Para ello es importante, primero, verificar el concepto de mal y de demonio que se tenía en la época y la cultura de los textos, así como las aplicaciones que se le daba en las enfermedades, curaciones y posesiones demoníacas, en ese contexto.


La lucha del Reino contra el mal

La conciencia que en el Nuevo Testamento se tiene del demonio viene a ser  herencia que recibe del Antiguo Testamento, pues Satanás –o el Diablo– es el mismo antiguo adversario que induce al hombre a la prueba (Lc 22,31) y lo trata de separar de la presencia de Dios (Mc 4,15). Es el líder de los demonios (Mt 25,41). Se presenta como “tentador” y enemigo de la obra de Jesús (Lc 4, 1-13; Mt 13,39). Incluso aparece con “nombre y apellido”, Belzebul (Cfr. Mc 3,22; 1Re 1,2). 

De las ideas más contemporáneas al Nuevo Testamento también se hereda la creencia que Satanás es el portador de toda clase de males a los hombres, tanto materiales como físicos (Cfr. el Demonio Asmodeo de Tb 3,8.17; o el Satán de Job 1, 6-12. 2, 1-13) por lo tanto, es el causante de muchas de las enfermedades que aquejan a las personas.

Esta es la conciencia que Jesús encuentra en la realidad en que inicia su ministerio. Jesús viene a anunciar el Reino de Dios, de justicia, de paz, de “salud” y de libertad, por lo que los signos que acompañan su predicación son también el combate efectivo contra este “mal” que se opone al reino. 

De esta manera los evangelios presentan los “exorcismos”, liberaciones y demás milagros de Jesús como obras concretas de un “tiempo nuevo”, un “tiempo de Dios” (kairós). En los evangelios sinópticos son llamados propiamente a los milagros como “fuerza o poder” (dýnamis), o “cosas asombrosas” (thaumasia o térata), pues se fijan más en el poder que tiene Jesús como don extraordinario, propio de su naturaleza divina, misma que quieren resaltar. 

En los evangelios sinópticos (Mt, Mc, Lc), se relatan muchos momentos en que Jesús se enfrenta y expulsa demonios que atormentan a los hombres. Esta lucha y presencia del “enemigo” es reconocida por el mismo Jesús en sus parábolas (Cfr. 13, 24-30).

imagen de Arcangel pisando y matando a satanás
    De las ideas más contemporáneas al Nuevo Testamento también se hereda la creencia que Satanás es el portador de toda clase de males a los hombres, tanto materiales como físicos

    En cada exorcismo, Jesús pone de manifiesto la superioridad y poderío de Dios, que llevará a la ruina al mal y al demonio. Pero esta derrota se da en dos estadios: los exorcismos de Jesús son el primer estadio, y el segundo y definitivo sucederá en la escatología final de los tiempos (Cfr. Mt 13,30.39). 

    Ciertamente en el ministerio de Jesús se encuentran muchos otros aspectos, pero su enfrentamiento al mal y al demonio, especialmente los exorcismos, recurren comúnmente. Para Jesús éstos no son una preparación para el reino, ni un signo de que “está por venir”, sino más bien el mismo Reino de Dios en acto: “Si yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios, es que ha llegado a ustedes el Reino de Dios” (Mt 12,28). Jesús inaugura el Reino de Dios y los milagros son una llamada a una respuesta creyente. Esto es fundamental y distintivo de los milagros de Jesús. Reino y milagros son inseparables.

    Por su parte, en el evangelio de San Juan, los milagros los llama “signos” (semeia), precisamente, como signo o señal de que Dios actúa presente en Jesús. A san Juan le interesa más resaltar el papel de la fe para la efectividad del milagro (Cfr. Jn 9,35-38; 11,25-26). Pero curiosamente en San Juan no se reportan exorcismos por parte de Jesús. “Si bien Satanás se presenta activo en el mundo (Jn 17,15), es derrotado sobre la cruz, el grandioso exorcismo cósmico que convulsiona el ámbito celeste” (Cfr. Jn 12,31).

    Imagen de Jesús expulsando a los demonios
      “Si yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios, es que ha llegado a ustedes el Reino de Dios”

      ¿Cómo entender las posesiones hoy?

      Ante tal cantidad de relatos de estas intervenciones de Jesús expulsando y liberando de los “demonios”, surge hoy, como antaño, la pregunta obligada: ¿cómo entender o interpretar este tipo de narraciones?, ¿se pueden comprender con categorías modernas y considerarlos como auténticas posesiones, todas y cada una de las que se presentan como tales en los relatos evangélicos?

      Si bien no intentamos dar una exhaustiva respuesta a estas preguntas, por cierto, demasiado complicadas, por tantas consideraciones que se debían tratar al respecto, sólo propongo tener en cuenta unas cuantas claves de lectura para una mayor comprensión de los mismos.

      Una primer consideración a tener en cuenta es, como ya mencionamos, en el Judaísmo y el mundo antiguo se solían asociar enfermedades normales a influencias demoniacas. Por ejemplo, en Lucas (13,10-17) se cuenta la curación de una mujer encorvada por muchos años. Al curarla y ante la crítica del jefe de la sinagoga, Jesús interpreta que la enfermedad ha sido provocada por Satanás (v. 16). En Mateo 12, 22 está el caso de un hombre mudo y ciego, al que también se le asocia a influencias demoniacas. Lucas narra la curación de la suegra de Pedro, que está en cama con fiebre (4, 38-39), Jesús, dice Lucas: “Se inclinó sobre ella, increpó a la fiebre y ésta desapareció”.  De este modo trata a la enfermedad como si fuera un demonio: “increpándola”.

      Jesús curando de la enfermadad
        Debemos tener en cuenta que en el Judaísmo y el mundo antiguo se solían asociar enfermedades normales a influencias demoniacas.

        Estas enfermedades sanadas por Jesús y asociadas con los demonios, manifiestan en el fondo su lucha contra el “caos” que el mal ha provocado en el mundo. El desorden provocado por este mal en el “orden original” de la creación, y que con la llegada de Jesús se esta restaurando, reordenando, sanando. Es por eso que el hombre bíblico le llama mal demoniaco a enfermedades naturales, por ser expresión de este caos y por tanto, a muchas curaciones también naturales, las expresó con términos y categorías “exorcistas”, propias de la época.

        Sin embargo, estas consideraciones no agotan una explicación total de la figura de Jesús como “exorcista”, como muchos han argumentado, reduciendo a meras curaciones psíquicas y males nerviosos, mediante la fuerza de la palabra de Jesús, más que de auténticas posesiones demoniacas; sino que también existen las argumentaciones teológicas (Barth), filosóficas  (Wiebe) y Psicológico-médicas (J. White) incluso, que en sus pacientes han encontrado un aspecto de causalidad múltiple, y no sólo cuestiones fisiológicas o meramente patógenas, sino que el mal mental o “demoniaco”, cuando menos no se excluye ni se descarta. Por lo que la última palabra al respecto no está dada y se sigue implicando un serio discernimiento ante la misma interpretación de tales casos narrados en estos textos. 

        Imagen de un sacerdote antiguo realizando un exorcismo
          El hombre bíblico le llama mal demoniaco a enfermedades naturales, por ser expresión del "caos" que el mal ha provocado en el mundo.