Jesús entra en Jerusalén. La muchedumbre lo acompaña festivamente. Se extienden mantos ante Él, se habla de los prodigios que ha realizado y se siente un ambiente de alegría. Pero Jesús sabe que ha llegado la hora de entregar la vida, pues en más de una ocasión las autoridades judías han intentado darle muerte.

Esto es lo que recordamos y celebramos el Domingo de Ramos. Por eso se bendicen las palmas y se realiza una procesión solemne que culmina con la Eucaristía, en la que se escucha y se medita el relato completo de la Pasión del Señor. 

Con este día, Domingo de Ramos, inicia la Semana Santa. 


El Relato

“…Jesús siguió adelante, subiendo hacia Jerusalén. Cuando se acercó a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos diciéndoles: Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: ¿Por qué lo desatan?, respondan: El Señor lo necesita.

Los enviados partieron y encontraron todo como Él les había dicho. Cuando desataron el asno, sus dueños les dijeron: ¿Por qué lo desatan? Y ellos respondieron: El Señor lo necesita. Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. Mientras él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino. 

Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían: ¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!. Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Pero él respondió: Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras” (Lc 19, 28-40).

El riesgo de subir a Jerusalén

¿Cuál es el contenido, la resonancia más profunda del grito de júbilo de la multitud? La respuesta está en toda la Escritura, que nos recuerda cómo el Mesías lleva a cumplimiento la promesa de la bendición de Dios que había hecho a Abraham, el padre de todos los creyentes: «Haré de ti una gran nación, te bendeciré… y en ti serán benditas todas las familias de la tierra» (Gn 12,2-3). 

Sin embargo, dos dimensiones son las que resaltan en este Domingo de Ramos. En primera instancia, la multitud se muestra alegre, en ambiente de fiesta y euforia por la llegada de Jesús; ellos creen que su rey tomará el trono con poder, los salvará sin sufrimiento y sin esfuerzo; por eso lo proclaman y se concentran tanto en ese ambiente de “fiesta” que no recuerdan sus enseñanzas, no visualizan que a Jesús lo buscan para quitarle la vida, y no son conscientes de lo que ocurrirá. 

Jesús, por su parte, nos muestra esa segunda dimensión que debemos seguir. A pesar de saber que lo buscan y que es perseguido, toma la decisión de “subir a Jerusalén”, de “dar la cara” a sus perseguidores y de seguir el mandato de su Padre. Con una actitud de obediencia, de fe y de amor por su pueblo, da el primer paso decisivo en el camino hacia la muerte: “…Yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo” (Jn 10, 17-18)


    La celebración

    En la Liturgia de este día hay gestos y signos específicos que nos ayudan a profundizar y meditar la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén y su Pasión. 

    Las palmas que se bendicen son signo de la participación gozosa en la procesión y expresión de la fe de la Iglesia en Cristo, Mesías y Señor, que va hacia la muerte en cruz para la salvación de todos los hombres.

    El color litúrgico de este día es el rojo, ya que se celebra la Pasión del Señor.

    Durante la Eucaristía, las lecturas nos van introduciendo a la meditación de la Pasión del Señor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Salmo 21,2a.8-9); “Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres… se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2,6-11); finalmente, el Evangelio nos narra de manera detallada la Pasión del Señor, que se irá desmenuzando a lo largo de la Semana Santa hasta culminar con su gloriosa Resurrección.

    Seguir al Señor hasta el final

    Que el Domingo de Ramos sea para nosotros el día de la decisión: la decisión de seguir al Señor hasta el final, de hacer de su Pascua de muerte y resurrección el sentido mismo de nuestra vida de cristianos. 

    Que en este día reinen dos sentimientos: la alabanza, como hicieron aquellos que acogieron a Jesús en Jerusalén con su «hosanna»; y el agradecimiento, porque en esta Semana Santa el Señor Jesús renovará el don más grande que se puede imaginar: nos entregará su vida, su cuerpo y su sangre, su amor. 

    Pero a un don tan grande debemos corresponder de modo adecuado, o sea, con el don de nosotros mismos, de nuestro tiempo, de nuestra oración, de nuestro estar en comunión profunda de amor con Cristo que sufre, muere y resucita por nosotros. 

    (Cfr. Benedicto XVI, XXVII Jornada Mundial de la Juventud, 1 de abril de 2012).