María Magdalena: La primer “Apóstol” de Jesucristo


Cuando los relatos evangélicos hablan de los discípulos y seguidores de Jesús, se cuentan entre ellos un buen número de mujeres que, a la par de los varones, se identifican como “el grupo del Señor”. Son también “discípulas” que «ayudan a Jesús con sus bienes» y en otras tareas (Cfr. Mt 27,56; Mc 15, 40-47; Lc 8, 2-3). Una de estas discípulas, entre las más identificadas en los relatos, es María de Magdala, o María Magdalena.


La confusión

María Magdalena ha sido figura hasta cierto punto polémico debido a la serie de confusiones que se han suscitado alrededor de su identificación en los relatos bíblicos. Y es que en el colectivo general se suele asociar a la Magdalena con otras mujeres que también han tenido contacto con Jesús, y en los que no hay una claridad tangible de quién realmente se trate. 

Entre los relatos tenemos: la mujer adúltera (Jn 8, 1-11), la pecadora perdonada (Lc 7, 36-50), o María, la de la unción en Betania (Jn 11,2. 12,3-7). Finalmente, Lucas nos presenta claramente a “María, llamada Magdalena”, de la que Jesús expulsó siete demonios (Lc 8, 2). Son pues distintos episodios del evangelio y mujeres distintas, que la reflexión posterior confundió y unió en una sola: la Magdalena.

Uno de los primeros en “provocar” esta confusión fue Gregorio Magno, en una de sus Homilías, cuando afirma: “La descrita por Lucas como pecadora, la llamada María por Juan, 

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    es la misma que Marcos apunta como liberada por Jesús: La Magdalena”.  A partir de entonces esta idea se generalizó en la cristiandad.


    Necesidad de una lectura atenta 

    Ante esta confusión, entonces nos podemos preguntar: ¿quién es la auténtica María Magdalena? 

    Una lectura atenta y objetiva ha llevado a disipar esta confusión y a dejar más en claro la identidad de nuestra María en cuestión. 

    En primer lugar –y siguiendo los relatos evangélicos a conciencia– el lector atento se puede percatar de que no hay que confundir los relatos de la unción de Jesús en Juan con los de Lucas, pues los datos de lugar y circunstancias varían; en segundo, es cierto que Lucas inmediatamente después de que narra el episodio de la pecadora arrepentida (7,36-50), habla de las mujeres que seguían a Jesús, y nombra a María Magdalena (8,1-2); pero esto no significa que tenga intención de relacionarlas como la misma mujer. Luego, en ese mismo episodio, explica que de ésta “habían salido siete demonios” (8, 2b), afirmación que no necesariamente tiene que ver con prácticas de desórdenes sexuales o adúlteras, sino que más bien la frase apunta a una especie de padecimientos psicológicos o enfermedades, por lo que no se debe adjudicar a la Magdalena el estigma de “pecadora pública”, cometiendo así una injusticia a su figura. Hacia allá apuntan las conclusiones al respecto, según un estudio más serio, hecho por los exegetas modernos. 


    La primer “apóstol”

    Lo que sí se puede deducir de los relatos donde se le identifica claramente, es una riqueza muy profunda. Entre los evangelios es Juan –y de los sinópticos, Lucas– el que le da una importancia singular a las mujeres en su escrito, y entre ellas a María Magdalena. Ciertamente no es la única que se menciona con nombre y relación, pues también se presenta a la Samaritana, a María la Madre de Jesús y a las dos hermanas de Lázaro, entre otras.  Pero es el cuarto evangelio el que le da un particular puesto a la figura de la Magdalena.

    En san Juan aparece por primera vez a los pies de la cruz de Jesús, donde el narrador la ubica junto con la Madre de Jesús y María la de Cleofás (Jn 19,25).

    De este modo, de entre los discípulos, es ella –junto al “discípulo amado”– la única que tiene el coraje de seguir al Señor hasta el Calvario. 

    Será la primera que se dirige al sepulcro “muy de mañana, todavía a oscuras”, en busca de Jesús (Jn 20, 1-2), y acto seguido ir corriendo con la noticia de la tumba vacía a los demás discípulos (Jn 20, 11-17). Y, finalmente, es ella la primera en ver al Resucitado (Jn 20, 11-17).

    Para el cuarto evangelio, poner a la Magdalena como “protagonista” en estos relatos hace de ella la primera creyente, llamada a dar testimonio de su fe, mas allá de la presencia física de Jesús. Se convierte así en un modelo para todos aquellos que, al igual que ella, han sido llamados por su nombre (Cfr. Jn 20,16), para convertirse en enviados a anunciarle vivo y victorioso a los demás. Su búsqueda apasionada evoca aquella búsqueda del personaje del Cantar de los cantares: «He buscado al amor de mi alma, lo busqué y no lo encontré» (Ct 3,1). El amor de la Magdalena y Jesús no desaparece, viene experimentado ahora de una manera diferente: 

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      Jesús le concede el privilegio de ser la primer “apóstol”, es decir: enviada; aquella que recibe por primera vez el encargo de anunciar el kerygma a los discípulos, anuncio que da razón también del nacimiento de la Iglesia.

      Ante esta otra manera de ver la figura de la “discípula enamorada”, como la llama la Liturgia de la Iglesia, hace constatar la importancia que sin duda tuvieron en las primeras comunidades cristianas la experiencia y testimonio de las mujeres, que muy a diferencia de lo que se cree, fueron pieza clave para la transmisión y avivamiento del mensaje de Cristo resucitado y presente en sus “hermanos” (Cfr. Jn 20, 17b).