De unos años a la fecha se ha incrementado en algunas parroquias –y en ciertos grupos y movimientos católicos– la práctica de algunos ritos y celebraciones (oraciones, rosarios, misas) para la sanación llamada intergeneracional, liberación y sanación del árbol genealógico; o la purificación y sanación de las llamadas constelaciones familiares; e incluso se habla de desatar los nudos kármicos tanto a nivel individual como familiar o de linaje; doctrinas que, con diversos matices, apuntan casi todas al mismo fin: sanar aquellas cosas que influyen actualmente en las personas o familias debido a ciertos actos pecaminosos o negativos que los ancestros realizaron. 

Estos pecados del pasado pueden introducirse en los descendientes e incluso pueden tener repercusiones en generaciones futuras. 


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    ¿Los pecados se heredan?

    Todo esto no está exento en algunos círculos de tintes “new age”, es decir, una verdadera mixtura. Dada la amplitud del tema, y las aristas que presenta desde el campo espiritual, psicológico, la dimensión social del pecado, los que enarbolan la bandera de la genética y afirman que ciertos pecados se heredan y se transmiten y un largo etcétera, me limito a la cuestión bíblica intentando responder a interrogantes sencillos: ¿es doctrina bíblica?, ¿forma parte de la enseñanza de Jesús?, ¿está en consonancia y acorde con la Iglesia católica? 


    Textos bíblicos sacados de contexto

    La argumentación bíblica que presentan quienes propagan esta doctrina remite casi siempre a cuatro o cinco textos donde algunos de ellos son paralelos con algunas variantes. Veamos algunos: Éxodo 20, 5: “No te postrarás ante ellas, ni les darás culto, porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los que me odian en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación…”. Éxodo 34, 6-8: “Entonces pasó el Señor por donde estaba Moisés clamando: El Señor, el Señor, un Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel; que mantiene su amor eternamente, que soporta la iniquidad, la maldad y el pecado; pero que no los deja impunes, sino que castiga la iniquidad de los padres en los hijos y nietos hasta la tercera y cuarta generación”; veamos uno más, Deuteronomio 5, 9-10: “No te postrarás ante ellos ni les darás culto, porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación, cuando me aborrecen, pero tengo misericordia por mil generaciones de los que me aman y observan mis mandamientos”.

    Una interpretación literal o fragmentada, o lo que es aún peor, una interpretación que se “acomode” a ciertos fines puede llevarnos a traicionar la Sagrada Escritura. Cuando estudiamos la Palabra se nos ha repetido hasta el cansancio que sacar el texto de su contexto (histórico, social, cultural, etc.) se vuelve un mero pretexto para apuntalar o defender doctrinas o ideologías. Hagamos algunos comentarios que puedan iluminarnos.

    Algunos ven el origen de estos ritos en prácticas protestantes en los movimientos de tinte carismático, y luego asimilado por ciertos católicos donde no faltan algunos sacerdotes; hemos de aclarar que hoy, esta realidad apunta a un sincretismo donde igual se interpretan textos bíblicos a conveniencia, se utilizan a modo los sacramentales (se comercializan aceites, sal y agua exorcizada para reforzar las oraciones) y hasta se argumenta con la epigenética. 
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      Un castigo que se refiere sólo a la idolatría

      En la antigüedad, no sólo en el pueblo judío, sino en muchas otras culturas, terminar con el linaje o la semilla de quienes cometían delitos, crímenes, o en el caso bíblico, pecados, era algo normal. La sentencia que caía sobre el culpable, y sobre su “casa” o familia era visto no sólo como algo lógico, sino incluso, necesario, debía terminarse con la iniquidad. 

      Esta manera de actuar se prolongó en algunas culturas durante varios siglos. La aceptación o conformidad del pueblo de Israel a esta formulación legal parece avalar algo que era visto como normal.

      Los pasajes citados se encuentran en el marco de la alianza y las tablas de la Ley, y muy en concreto este castigo por generaciones se refiere sólo a la idolatría, y no a ninguna otra falta, de modo que hacer una traslación de esta maldición intergeneracional circunscrita y referida solamente a la idolatría, a cualquier otro pecado, es un abuso de interpretación. 

      Esta manera de pensar, que los hijos y nietos pagaban las culpas de los padres, parece que acompañó a ciertos sectores del pueblo judío a través de los años. La encontramos en los profetas Jeremías y Ezequiel, y allí mismo queda zanjado y concluido (superado) este asunto.

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        El hijo no cargará con la culpa del padre, ni el padre con la del hijo”

        Leamos a Jeremías 31, 29-34. La restauración de Judá y la Nueva Alianza son el contexto de esta perícopa, de forma que se puede tomar como evolución y desarrollo de los textos antes citados. 

        Dice así el profeta: “Entonces no se dirá ya: los padres comieron uvas amargas y a los hijos les toca el amargor, sino que cada cual morirá por su propia maldad, y sólo el que coma uvas amargas sufrirá amargor. Vienen días, oráculo del Señor, en que yo estableceré con el pueblo de Israel y con el pueblo de Judá una alianza nueva. No como la alianza que establecí con sus antepasados… yo perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados”. 

        El profeta Ezequiel (18) deja entrever que, a manera de estribillo, en la filosofía popular se repetía este refrán: Los padres comen los agraces y a los hijos se les caen los dientes, que coloquialmente equivale a que los padres la hacen y los hijos la pagan. El Señor responde a esta forma de pensar diciendo: “Por mi vida, oráculo del Señor, que no dirán más este refrán en Israel. Pues todas las vidas son mías; la vida del padre y la del hijo. El que peque, ese morirá”; y más adelante en el verso 20 sentencia: “el que peca, es el que morirá. El hijo no cargará con la culpa del padre, ni el padre con la del hijo”. 

        Al planteamiento que Dios hace por medio de Ezequiel, donde se muestra dispuesto a perdonar a quien abandona la maldad, diciendo que ninguno de sus pecados será recordado, sino que vivirá por haberse apartado del pecado, deja inconforme al pueblo que piensa injusto el proceder de Dios, y Dios revira: “¿No es más bien su proceder el que es injusto?, Pues bien, yo juzgaré a cada cual según su comportamiento”.


        Cada uno es responsable ante Dios de sus propios actos

        La revelación en muchos puntos doctrinales no es algo estático, hay un progreso en ella, de igual forma en este tópico, lo que se dice en la Escritura se comprende mejor, se explicita y se complementa con la misma Escritura. La “maldición por generaciones” que encontramos limitada en Éxodo, limitada al pecado de idolatría y limitada a 3 ó 4 generaciones, queda anulada en los profetas, donde se incluyen también otros pecados, y en adelante cada uno será el responsable ante Dios de sus propios actos, y donde Dios se muestra abierto al perdón en aquellos se cambian de proceder sin importar qué pecado sea.

        Encontramos una evolución en la reflexión teológica de Moisés a los profetas, donde se concluye al menos en el Antiguo Testamento. El salmo 130 resulta francamente alentador, si Dios llevara cuenta de los delitos, ¿quién se salvaría?, nadie en realidad, pero la gratuidad y el perdón proceden de Dios y eso nos conforta. 

        Jesús rechaza esa mentalidad

        Juan 9 inicia así: “Mientras caminaba, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Sus discípulos al verlo le preguntaron: Maestro, ¿quién pecó para que este hombre naciera así, él o sus padres? Jesús respondió: la causa de su ceguera no ha sido ni un pecado de él ni de sus padres. Nació así para que el poder de Dios pueda manifestarse en él”. 

        La Biblia de América en sus notas a este pasaje comparte: “según la mentalidad antigua el bienestar y la desgracia eran fruto de una conducta moral buena o mala. Los discípulos de Jesús, hijos de su tiempo, participan de esta mentalidad y consideran la enfermedad como consecuencia del pecado. Jesús rechaza esta mentalidad…”.

        Concluyendo, la sanación intergeneracional o del árbol genealógico no está avalada por la Sagrada Escritura, y su defensa, a mi juicio, proviene de una deficiente interpretación del dato revelado; no es una práctica que encontremos en la tradición de la Iglesia, no se atestigua o se practica en el cristianismo primitivo o en los primeros siglos con los santos padres. Algunos de ellos, como san Agustín, tocarán el tema de los pecados de los padres y los hijos comentando estos pasajes, lo mismo harán otros grandes teólogos, pero no van más allá. Esta doctrina más bien contradice el total de la Escritura que habla de un Dios que ama y está siempre dispuesto al perdón y que no se complace en la muerte; y Jesucristo, que es la plenitud de la revelación, “rechaza” esta manera de pensar. 

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          ¿Qué nueva doctrina es ésta?

          En alguna parroquia de nuestra diócesis se tuvo este retiro con un sacerdote de cierta fama, prohibió la grabación de las charlas y conferencias y manejó todo con mucha reserva y secrecía, y a la par del desconcierto en algunos, contaba con el beneplácito de otros tantos; pero para unos y otros, y como un vínculo infaltable, estaban a la venta los aceites, sales, agua y todo exorcizado para mayor efecto.

          La experiencia de algunas personas que salen confortadas después de asistir a un retiro con oraciones y misas de sanación y que experimentan la “ruptura” de esas cadenas opresoras o maldiciones por pecados de sus ancestros, no demuestran que esta doctrina sea verdadera, muestran el poder de la oración y de la gracia divina, y nada más.


          Conclusión

          En las cuestiones doctrinales de nuestra Iglesia se ha desatado un gusto por lo nuevo, estamos ávidos de novedades y damos volteretas innecesarias exponiendo no la integridad física, pero sí la integridad de la fe y la unidad que tanto ansiamos y tanta falta nos hace para ser testigos creíbles del Reino. No hace falta llegar a consecuencias fatales o lamentables cuando sabemos que existe un peligro latente y podemos frenar a tiempo.

          Sanación de pecados intergeneracionales, sanación del árbol genealógico, ¿qué nueva doctrina es ésta?... una surgida en el siglo XX, no más.