La muerte, siendo tan natural, es un acontecimiento al que no acabamos de acostumbrarnos. Es natural en el sentido que forma parte del proceso que sigue todo ser vivo, que nace, crece, se desarrolla, se reproduce y muere.

No nos acostumbramos a la muerte porque desde una mirada puramente humana implica separación, pérdida o, en el mejor de los casos, un adiós si tenemos el tiempo para hacerlo. Este sentimiento de pérdida se acrecienta o aminora por el tipo de muerte que se enfrente.

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    Hay quien muere “en paz”, de muerte natural, decimos, en casa y rodeado de sus seres queridos; hay muertes prolongadas, es decir, una larga enfermedad que nos hace testigos de cómo una persona se “muere de a poquito” cada día y es posible prepararnos para el momento final; hay muertes trágicas y repentinas que impactan profundo por lo inesperado de los sucesos. Como quiera que sea su llegada, lo cierto es que la muerte casi siempre nos parece inoportuna y podemos quedarnos con la sensación de que es esa intrusa que llega y desbarata planes, que lastima, que frustra poniendo fin a todo.


    Un Dios de vivos

    Podemos quedarnos con esa visión pesimista y doliente de nuestro fin o, por el contrario, asumiendo el mensaje de salvación, ver la muerte desde la fe que anuncia gozosa que el término de esta vida terrera no es el final, sino el comienzo de una vida nueva, una vida distinta y, con mucho, una vida mejor. Para Dios todos viven, y quienes van siendo llamados a la casa eterna siguen vivos, pero ahora contemplan la vida con otros ojos y de otra manera, porque como dice la Escritura: “Dios es un Dios de vivos, no de muertos”.


    Ritos funerarios en “picada”

    Desde ya hace algunos años los ritos funerarios de acuerdo a nuestra cultura cristiana van en picada. El coqueteo frecuente con otras culturas e ideologías panteístas, el influjo desde hace tres o cuatro décadas de la llamada New Age, la pérdida progresiva del sentimiento religioso en nuestras comunidades y sumando a lo anterior lo novedoso de ritos ajenos a nuestra fe y hasta la “practicidad” de otras opciones, hacen que la oración por los fieles difuntos experimente un abandono continuo en muchos hogares cristianos. Quisiera en esta ocasión comentar un poco sobre la importancia de la oración por los muertos y presentar la doctrina que la Iglesia propone respecto a la cremación de los cuerpos y sobre el trato a las cenizas.


    “La muerte es una ganancia”

    La Buena Nueva anunciada por Cristo es un mensaje cargado de una profunda y auténtica esperanza; es un mensaje de vida y un compromiso con la vida. San Pablo resalta la victoria del Hijo de Dios sobre la muerte, es decir, catapulta la resurrección de Cristo como el centro de nuestra fe y afirma: “si hemos muerto con Cristo, resucitaremos también con Él”.

    La experiencia del Apóstol de los gentiles en su encuentro con el resucitado debió ser tan fuerte y profunda que cambia radicalmente su concepción de la vida y de la muerte. Pablo llega a decir en distintos pasajes de sus epístolas: “para mí la vida es Cristo, y morir una ganancia”; “ya no soy yo quien vive en mí, es Cristo quien vive en mí”. La salvación eterna y la conquista de esta vida nueva es algo que se define día a día, con nuestra conducta y la práctica de nuestra fe. El premio y el gozo de la resurrección con el Señor se define pues a partir de la vida terrena.


    La resurrección: esperanza de los cristianos

    La Congregación para la Doctrina de la Fe, con fecha del 15 de agosto de 2016, es decir, apenas poco más de dos años, ha ofrecido una Instrucción aprobada por el Papa Francisco llamada “Ad resurgendum cum Christo” (para resucitar con Cristo); y en el número 2 dice: “Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. La visión cristiana de la muerte se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia: la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal adquirimos una mansión eterna en el cielo. Por la muerte el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. También en nuestros días, la Iglesia está llamada a anunciar la fe en la resurrección: la resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella”

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      La resurrección: esperanza de los cristianos

      La Congregación para la Doctrina de la Fe, con fecha del 15 de agosto de 2016, es decir, apenas poco más de dos años, ha ofrecido una Instrucción aprobada por el Papa Francisco llamada “Ad resurgendum cum Christo” (para resucitar con Cristo); y en el número 2 dice: “Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. La visión cristiana de la muerte se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia: la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal adquirimos una mansión eterna en el cielo. Por la muerte el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. También en nuestros días, la Iglesia está llamada a anunciar la fe en la resurrección: la resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella”.


      Orar por los difuntos

      En esta espera de resucitar con Cristo es donde adquieren sentido las oraciones que elevamos a Dios pidiendo por el eterno descanso de nuestros difuntos. Con la muerte de un amigo o un ser querido se despierta el sentido de solidaridad entre nosotros. Es muy común mostrar el apoyo presentando nuestras condolencias y dar el pésame a los familiares y amigos del fallecido, ofrendar flores, veladoras, en ocasiones música viva, compartir los bienes (efectivo o especie), acompañar a los familiares velando el cuerpo de quien ha muerto y muchas otras variantes que surgen de un sentido de fraternidad casi siempre, o hasta de un mero compromiso social en ocasiones, y que cambian de acuerdo a las tradiciones y costumbres de cada lugar. Todas estas muestras de cariño y afecto son buenas, pero casi todas se dirigen a los vivos. La mayor ofrenda, más plena y grata a Dios, que podemos hacer por quien ya murió es la oración.

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        Acción santa y conveniente

        La Sagrada Escritura, en el Segundo Libro de los Macabeos, narra cómo Judas Macabeo realiza una colecta y envía lo recaudado pidiendo que se ofrezcan sacrificios y oraciones por los que habían muerto en la batalla. Y menciona claramente cuál era el fin y la intención: lo hizo porque esperaba para ellos la resurrección de los muertos, de otra manera sus sacrificios y oraciones hubieran sido completamente inútiles. Y bellamente enfatiza: “obró con gran rectitud y nobleza...” y más adelante dice: “orar por los difuntos para que se vean liberados de sus pecados y culpas es una acción santa y conveniente”.

        La oración que elevamos a Dios por las almas de nuestros difuntos son un acto de nobleza porque no se espera nada para nosotros los vivos, sino por quienes ya no están a nuestro lado; cuando hacemos un favor o tendemos la mano a los vivos, cabe la posibilidad de que ellos de alguna manera agradezcan el bien recibido o incluso que “paguen” ese bien con otro favor a nuestras personas o intereses; en cambio, cuando oramos por los muertos estamos haciendo una obra desinteresada, porque no esperamos nada para nosotros. Los vivos tenemos la obligación moral de orar por los difuntos y nuestra oración es la mejor ofrenda que podemos hacer por ellos.


        ¿Está permitida la cremación?

        Respecto al tema de la sepultura y la conservación de las cenizas en caso de cremación, dejemos que siga hablando la Instrucción que nos ofrece el Magisterio de la Iglesia y que he citado con anterioridad.

        A la pregunta ¿Está permitido por la Iglesia la cremación de los cuerpos? Podemos responder con el número 3 de dicho documento: “Siguiendo la antiquísima tradición cristiana, la Iglesia recomienda insistentemente que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados... la inhumación es en primer lugar la forma más adecuada para expresar la fe y la esperanza en la resurrección corporal.” Las razones: Enterrando los cuerpos la Iglesia confirma su fe en la resurrección de la carne.

        No se permiten actitudes o rituales que impliquen conceptos erróneos de la muerte, como aniquilación total, fusión con la madre naturaleza, una etapa en el proceso de reencarnación, etc.