Modelo de espiritualidad sacerdotal para nuestro tiempo

Colaborador: Pbro. Lic. Pedro Domínguez

Cada día cuatro de agosto la Iglesia celebra la memoria litúrgica de San Juan María Vianney, “El Santo Cura de Ars”, patrono de los párrocos y ulteriormente de todos los sacerdotes, particularmente de todos aquellos dedicados al cuidado pastoral de los fieles. 

¿Quién es San Juan María Vianney?

San Juan María Vianney nació el 8 de mayo de 1786 en Dardilly, cerca de Lyon, Francia. Sus padres eran agricultores y lo orientaron desde muy joven a trabajar en el campo, tanto así que a los 17 años todavía era analfabeto. Sin embargo, su madre le enseñó los principios de la religión cristiana y algunas oraciones que aprendió de memoria. En plena euforia de la revolución francesa recibió, de manera clandestina, el sacramento de la reconciliación y la primera comunión. 

Es a los 17 años que sintió el llamado al sacerdocio; sin embargo, el camino no sería fácil, dada su escasísima formación intelectual y cultural. Sólo gracias a la ayuda de sabios sacerdotes, entre ellos el abad Balley, párroco de Écully, logró ser ordenado sacerdote el 13 de agosto de 1815, a la edad de 29 años. 

En 1818 fue enviado como párroco a Ars, pequeño pueblo del sudeste de Francia, habitado por unas 230 personas. Allí dedicó todas sus energías al cuidado de los fieles: fundó el Instituto "Providencia" para acoger a los huérfanos y visitar a los enfermos y a las familias más pobres, restauró la iglesia y organizó las fiestas patronales. Pero fue en el Sacramento de la Reconciliación donde se expresó mejor la misión del Cura de Ars: siempre disponible para la escucha y el perdón, pasaba largas horas al día en el confesionario. Cada día, una multitud de penitentes de todas partes de Francia se confesaban con él, por eso, Ars fue rebautizado como "el gran hospital de las almas". 

Nuestro santo hacía largas vigilias y ayunos para ayudar a expiar los pecados de los fieles. Dedicado enteramente a Dios y a sus fieles; murió el 4 de agosto de 1859, a la edad de 73 años.

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    Beatificado en 1905 por San Pío X, Juan María Vianney fue canonizado en 1925 por Pío XI, quien en 1929 lo proclamó "Patrono de todos los párrocos del mundo".

    En 1959, en el centenario de su muerte, San Juan XXIII le dedicó la Encíclica Sacerdotii Nostri Primordia (Las primicias de Nuestro sacerdocio), proponiéndolo como modelo para los sacerdotes.

    En 2009, 150 aniversario de su muerte, Benedicto XVI convocó un "Año Sacerdotal" para ayudar a promover en la Iglesia el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes y para que su testimonio de fidelidad al Evangelio en el mundo fuera más incisivo y creíble.

    Un modelo actualmente válido

    Hoy, el Santo Cura de Ars sigue siendo modelo válido de virtudes para todos los sacerdotes. Ejercitando dichas virtudes, los pastores pueden nutrir su identidad con una sólida y sana espiritualidad, la cual les ayudará a ejercitar la realización del ministerio pastoral con una amplia caridad pastoral. 

    Dichas virtudes podemos resumirlas en tres ejes, siguiendo un poco a San Juan XXIII: a) ascesis sacerdotal, b) oración y culto eucarístico y, c) caridad pastoral.


    Ascesis sacerdotal

    San Juan María Vianney fue un sacerdote sumamente sacrificado, que por amor a Dios y la salvación de las personas se privaba de alimento y de sueño y se imponía duras disciplinas practicando la renuncia de sí mismo; todo esto nos recuerda, pues, la importancia de la ascesis en la vida sacerdotal. 

    Tal vez a nosotros hoy esto pueda parecernos demasiado masoquista, sin embargo, a la base de la ascesis se encuentra la invitación del Maestro a tomar la propia cruz e ir tras de Él, y por ello, la necesidad de conformar nuestra vida con la cruz del Señor. 

    La ascesis sacerdotal se sitúa, por lo tanto, en este proceso de configuración con el Buen Pastor, en el que tienen particular importancia los consejos evangélicos, modo eminentemente radical de seguir al Señor. 

    Desde su realidad de sacerdote diocesano, el pastor de almas ha de vivir la pobreza, la castidad y la obediencia. 

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      Oración y culto eucarístico

      San Juan María Vianney, hombre de penitencia, lo fue también de oración. 

      El Sagrario de su Iglesia se convirtió en el centro de su vida, y ante el Señor sacramentado, en el sagrario, pasaba largas horas, ya sea de día como de noche, y qué decir de su vivencia de la Eucaristía. 

      El mundo de hoy valora el éxito inmediato, y para ello el trabajo intenso. El sacerdote de hoy también puede dejarse llevar por el criterio de la eficacia inmediata o incluso por el activismo. Es necesario cuidar la identidad en el encuentro con el Señor para no desvirtuar la misión en el ejercicio del ministerio con criterios de eficacia inmediata, o peor aún, perdidos en el activismo frenético. 

      Es obvio que en esta vida de oración del sacerdote tiene un lugar privilegiado la celebración de la Eucaristía, con la doble mesa servida de la Palabra y del Sacramento; esto implica el saber recurrir por parte del ministro al Sacramento de la Misericordia como penitente. 

      La vida del pastor ha ser, pues, una vida de oración, y de este modo dar testimonio a los fieles, para quienes ha ser maestros de oración, llevándolos al encuentro con el Señor a través de la vida y la práctica sacramental.


      Caridad pastoral

      El encuentro personal con el Buen Dios en la oración y los sacramentos, vividos no como evasión, como pretenden muchos, llevó a nuestro santo a un profundo y fecundo ministerio pastoral. 

      Se dedicó a la instrucción cristiana de sus parroquianos, a quienes logró convertir (apoyado en su oración y mortificación) y a que amaran profundamente a Dios. 

      Se entregó al ministerio de la predicación preparando con esmero sus sermones, supliendo con esto lo que le faltaba en cultura y elocuencia, de modo que de toda Francia acudían para escucharlo, alcanzando infinitud de conversiones. 

      En la celebración de los sacramentos fue ejemplar. Dicen que bastaba verlo celebrar la Eucaristía. 

      Al sacramento de la reconciliación, junto con la dirección espiritual, dedicaba horas inmensas. Y todo esto no le hacía descuidar la visita a los enfermos, la educación y el cuidado de los huérfanos, el servicio a los pobres, etc. ¡Qué modelo de caridad para todo sacerdote!