Signo de identidad nacional

Todos buscamos construir nuestra propia identidad a través de principios, convicciones, signos, imágenes, etc. Nos sentimos representados e identificados por el idioma, una bandera, la cultura, la fe. Los gobiernos de las naciones pueden dar un rostro o “identidad oficial” a los pueblos, pero también es cierto que la gente construye a su manera su propia identidad. 

La Virgen de Guadalupe ha sido un referente para construir la identidad oficial de nuestra nación desde sus inicios hasta el México independiente, y es sin duda parte de esa identidad no oficial, pero sí viva de todo el pueblo mexicano. La tilma de San Juan Diego es, por decirlo de alguna manera, el ícono que nos otorga identidad como pueblo; alrededor de la bendita imagen se agrupan los pobres y desprotegidos indígenas en los inicios de la colonización apenas unos años después de la caída de la gran Tenochtitlan, y en torno a ella se agrupan también los criollos y los mestizos en sus intentos de soberanía buscando sacudirse el yugo de la corona española.

Nuestro canto con sencillez dice: para el mexicano, ser guadalupano es algo esencial; quizá desde nuestra perspectiva no caigamos en la cuenta de ello, porque forma parte de nuestro ADN religioso y social, pero los extranjeros de inmediato se percatan que la guadalupana lo impregna todo en nuestras tierras: la encontramos en miles de hogares y capillas, en las estaciones del metro, en el estadio de fútbol y en las playeras de Alex Lora.


La Virgen de Guadalupe como vínculo de comunión

Las narraciones más conocidas de las apariciones guadalupanas (NICAN MOPOHUA) presentan dos mundos y cosmovisiones que parecieran irreconciliables. Fray Juan de Zumárraga representa la cosmovisión europea, y más concretamente la española del siglo XVI, y el indio Juan Diego la de los “naturales” de estas tierras; dos cosmovisiones aparentemente sin posibilidad de diálogo. Entre una y otra media el personaje clave del relato, la Virgen de Guadalupe, pero no la española, sino la mestiza, la nuestra que viene a posibilitar y capacitar el encuentro, el diálogo y la convivencia de los dos mundos.

NICAN MOPOHUA presentan dos mundos y cosmovisiones que parecieran irreconciliables
    NICAN MOPOHUA presentan dos mundos y cosmovisiones que parecieran irreconciliables

    El culto guadalupano, promotor de nuevas relaciones y nuevas actitudes de vida

    El Concilio Vaticano II dedicó todo el capítulo 8 de la Constitución dogmática Lumen Gentium a la Santísima Virgen María, donde enseña y amonesta a la vez a todos los hijos de la Iglesia que fomenten con generosidad el culto a la Santísima Virgen…Y Recuerden… los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes” (n. 67).  Por tanto, un culto guadalupano y mariano en general que se quede únicamente en las alabanzas y manifestaciones externas de religiosidad popular es un culto incompleto. El verdadero culto guadalupano debe impulsarnos a la transformación de nuestras vidas.

    Leandro Chitarroni en su tesis doctoral “El modelo pedagógico de nuestra Señora de Guadalupe en el Nican Mopohua” presenta a la guadalupana como educadora, y habla del quiebre o la ruptura que invita a tener con ciertas actitudes y conductas para adoptar unas nuevas. Menciona algunas de estas rupturas en la relación de los españoles con los indígenas representados por Fray Juan de Zumárraga y san Juan Diego. Habla del cambio que se da del hostigamiento al acompañamiento, de la inquisición a la comunión, del resentimiento a la veneración, de la incomprensión al respeto, del dolor a la reconciliación, de la orfandad al advenimiento de Dios y otros.


    El acontecimiento guadalupano como signo de sinodalidad

    En octubre de 2015, el Papa Francisco decía: “el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”; y ¿qué es la sinodalidad? Dejemos que nos responda la Comisión Teológica Internacional que en su documento titulado “La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia” nos ilumina al respecto.

    “Sínodo” es una palabra antigua muy venerada por la Tradición de la Iglesia, cuyo significado se asocia con los contenidos más profundos de la Revelación. Compuesta por la preposición SIN, y el sustantivo ODOS, indica el camino que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios. San Juan Crisóstomo, por ejemplo, escribe que Iglesia es el «nombre que indica caminar juntos (SINODO)» (3).

    En la literatura teológica, canónica y pastoral de los últimos decenios se ha hecho común el uso de un sustantivo acuñado recientemente: “sinodalidad”, correlativo al adjetivo “sinodal” y derivados los dos de la palabra “sínodo” (5). La sinodalidad, en este contexto eclesiológico, indica la específica forma de vivir y obrar de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora (6). El concepto de sinodalidad se refiere a la corresponsabilidad y a la participación de todo el Pueblo de Dios en la vida y la misión de la Iglesia (7).

    Con estos presupuestos, ¿a qué nos referimos cuando decimos que la Virgen de Guadalupe es signo de sinodalidad? El relato guadalupano muestra que Ella nos invita a caminar juntos, a crecer en la corresponsabilidad y participación construyendo “una casita”, pero no humana o terrena, sino la construcción del Reino de los cielos. No unos pocos a manera de privilegio (el obispo Zumárraga y los españoles en el relato) excluyendo a otros (Juan Diego) por considerar que muy poco o nada tienen que aportar. Bien decía el papa Francisco: unos deben hablar con valentía y otros escuchar con humildad, cuando no se dan ambas, se cae en la tiranía y el autoritarismo más que en el servicio y el sano ejercicio de la responsabilidad y se camina solo, sin ser Iglesia. Cuando la Virgen se presenta a Juan Diego se revela como “Madre solícita, tuya y de todos los que viven en esta tierra”, sin exclusiones.

    La construcción de la “casita” no se encomienda sólo a Juan Diego, ni es una tarea exclusiva del obispo, será en petición de la Santísima Virgen, una labor de conjunto, una corresponsabilidad.

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      El proyecto global de pastoral (PGP) que han presentado los obispos de México afirma que una Iglesia en salida, consciente de la misión que el Señor le encomendó, es una Iglesia que se construye en la comunión y la sinodalidad. Y añade: la Iglesia, además de ser comunión, exige corresponsabilidad y la participación de todos en la tarea común.

      Cierro con un extracto de la oración que San Juan Pablo II dijo en su primera visita a México a los pies de la Virgen de Guadalupe el 27 de enero de 1979: “¡Madre! Ayúdanos a ser fieles dispensadores de los grandes misterios de Dios. Ayúdanos a enseñar la verdad que tu Hijo ha anunciado, y a extender el amor, que es el principal mandamiento y el primer fruto del Espíritu Santo. Ayúdanos a confirmar a nuestros hermanos en la fe. Ayúdanos a despertar la esperanza en la vida eterna. Ayúdanos a guardar los grandes tesoros encerrados en las almas del pueblo de Dios que nos ha sido encomendado. Te ofrecemos todo este pueblo de Dios. Te ofrecemos la Iglesia de México y de todo el Continente. Te la ofrecemos como propiedad tuya”.

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        En el 2031 estaremos celebrando los 500 años del Acontecimiento Guadalupano. Los Obispos mexicanos sabemos bien que la experiencia de fe del pueblo mexicano y la consolidación e integración de la patria son realidades difíciles de comprender si no se leen a la luz de la cercanía y de la maternidad de Santa María de Guadalupe. En María de Guadalupe los mexicanos encuentran una Madre amorosa, rostro materno de Dios, imagen prístina del amor de Dios por nosotros. 

        Esta patria y esta vivencia de la fe que, desde sus inicios, enfrentaron serias dificultades para alcanzar la unidad, encontraron en Santa María de Guadalupe una madre que les ayudó a superar sus enormes diferencias iniciales, para empezar a caminar hacia el sueño de Jesús de ser uno, como Él y el Padre son uno (cfr. Jn 17, 21). Santa María de Guadalupe en su diálogo con San Juan Diego y, a través de él, con Fray Juan de Zumárraga, ofrece a la fe y a la patria nacientes una imagen, lenguaje común que acercaba a las partes en conflicto; una verdad que vino a llenar el vacío y el desamparo de los indígenas, los hijos pequeños; y una petición que poco a poco fue logrando que todos se involucraran en una tarea común, construir "la casita" de todos.

        (Proyecto Global de Pastoral, n. 151).