La dinámica actual de vida nos ha llevado a creer que debemos acumular riqueza para gastarla en experiencias y placeres. Nos educamos y preparamos para la búsqueda de aquel trabajo que nos dé a ganar mucho dinero. Una vez encontrado el trabajo, empeñamos nuestro tiempo para el logro de los objetivos del empleador y la aspiración de cumplir nuestros deseos. Dedicamos mucho tiempo para generar dinero y nos queda muy poco tiempo para disfrutarlo. Al final, terminamos gastando más tiempo que dinero.

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    “El tiempo es oro”

    La vida es corta y el tiempo limitado. En este sentido, el tiempo debería de ser nuestro recurso más preciado. Sin embargo, aunque forma parte de la ecuación capitalista del trabajo, lo gastamos sin reflexión ni remordimiento. Desde una perspectiva simplista, cuando trabajamos estamos intercambiando tiempo por dinero; no solamente el tiempo que se gasta en una actividad, sino también el que fue invertido en la preparación para lograr cumplir dicha actividad de manera exitosa.

    De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT), el destino del tiempo se clasifica en dos: actividades productivas y actividades no productivas, o personales. El propio concepto encierra un sentimiento de egoísmo cuando se refiere a las actividades personales. Las personas dedican la mayor parte de su tiempo a las actividades productivas, dejando muy poco espacio a las actividades personales; en este último grupo se encuentran, además del entretenimiento, las de convivencia familiar y participación ciudadana.

    Es muy común llenar nuestra agenda de obligaciones y actividades que nos generan ingresos o traen beneficios tangibles. Tenemos un compromiso oscuro por sentirnos altamente productivos para la sociedad a la que pertenecemos. Lo anterior provoca que dejemos muy poco espacio para el cuidado de la salud, la formación académica, el crecimiento espiritual, la convivencia familiar y social, el ocio, el deporte y las actividades culturales.


    Más segundos por minuto

    El ritmo de vida que tenemos provoca que el reloj avance a una mayor velocidad, o eso es lo que percibimos. Llevamos una vida llena de compromisos y responsabilidades, actividades productivas que dejan muy poco espacio a las actividades personales.

    No es que el reloj avance más rápido, sino que el tiempo es insuficiente para cumplir con tantas actividades y nuestro ritmo de cumplimiento de dichas actividades es más acelerado. Luego entonces, el reto es programar una agenda con menos compromisos y una distribución más equilibrada.

    Para tener una vida más saludable y satisfactoria, debemos disminuir la velocidad del tiempo. Buscar una vida más lenta y menos complicada. Pero no es una tarea fácil, como lo dice el escritor y periodista Carl Honoré: “En un mundo adicto a la velocidad, la lentitud es un superpoder”.

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      “Tiempo de calidad”

      Las actividades comunitarias son sumamente importantes para nuestro desarrollo como seres humanos, no solamente porque nos nutren a nivel personal, sino también porque benefician a la sociedad, y por ende a quienes la integramos.

      En este sentido, entregar parte de nuestro tiempo al servicio del bien común es una expresión de amor auténtico. Un ejemplo de ello son los diferentes ministerios que tenemos en nuestra Iglesia. Jóvenes y adultos consagran parte de su tiempo al servicio de la comunidad, a la construcción del reino de Dios.