El Domingo de la Palabra de Dios fue instituido por el Papa Francisco el III Domingo del Tiempo Ordinario de cada año, con la Carta Apostólica “Aperuit Illis” (les abrió el entendimiento), en forma de «Motu proprio». 

En esta ocasión será el domingo 23 de enero, y es el tercer año que lo celebraremos. 

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    Nos recuerda la importancia y el valor de la Sagrada Escritura para la vida cristiana, dedicado a la «celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios» (Aperuit Illis n. 3).

    Se invita por ello, en este Domingo de la Palabra, a redescubrirla, y que crezca en el corazón de los creyentes para su evangelización.

    Se celebra este Domingo en el contexto de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, y se nos da la oportunidad de unirnos, de este modo en oración, a todos aquellos que comparten la Sagrada Escritura.


    ¿Cuál es el objetivo de esta celebración?

    • Comprender la riqueza inagotable que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo. 
    • Que los Católicos tomemos conciencia de la importancia que la Palabra de Dios tiene en la vida y la misión de la Iglesia.

    El Domingo de la Palabra de Dios puede ser la ocasión para que el pueblo comprenda que la Sagrada Escritura no es sólo un libro, es una Persona, es algo vivo, es algo que toca nuestra vida, pues toda la Biblia nos habla de Cristo. Y por eso en la liturgia, en todo lo que expresa la vida de la comunidad cristiana, la Palabra de Dios es un vínculo de unidad, es la fuerza necesaria para la evangelización.


    La Sagrada Escritura en la vida y la misión de la Iglesia

    La Iglesia ha venerado siempre las Sagrada Escritura como lo ha hecho con el mismo Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha dejado de tomar y repartir a sus fieles el Pan de Vida que ofrece la Mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. 

    La Iglesia ha considerado siempre como suprema norma de su fe la Escritura, unida a la Tradición, ya que, inspirada por Dios y escrita de una vez y para siempre, nos transmite inmutablemente la palabra del mismo Dios; y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles.

    Por tanto, toda la predicación de la Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir con la Sagrada Escritura.

    En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual. Por eso se aplican a la Escritura de modo especial aquellas palabras: “La Palabra de Dios es viva y eficaz…..” (Heb 4,12).

    ¿Por qué el tercer domingo del Tiempo Ordinario?

    Terminado el tiempo de Navidad, en el que hemos celebrado el nacimiento del Hijo de Dios, la Liturgia nos muestra a partir del tercer domingo del tiempo ordinario el inicio del ministerio público de Jesús, el cual inicia una vez bautizado en el Río Jordán por Juan el Bautista; y a través de su Palabra y sus Obras: enseñando en las sinagogas, sanando enfermos, expulsando demonios, limpiando leprosos, perdonando pecados, resucitando muertos… se va dando a conocer como el Mesías anunciado por los profetas. Es el mismo Dios que está actuando entre los hombres, como dice la carta a los Hebreos (1,1-2): “Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado por medio de los profetas; en estos tiempos que son los últimos, nos ha hablado por medio del Hijo".

    Cuando a  Juan Bautista le preguntan si es él el Mesías, responde: “yo soy la voz…” (Jn 1,23). La Palabra necesita de la voz para expresar el contenido. El contenido es la Palabra de Jesús, la Palabra Eterna, “Palabra hecha carne” (Jn.1,14). 

    Los Sacerdotes, los Diáconos, los Obispos, el Papa, son la voz que transmiten la Palabra de Dios. La Palabra que no cambia, la Palabra que no pasa de moda, la Palabra que no debe adaptarse al mundo, porque su objetivo es transformar al mundo. “Porque la fe viene de la predicación y la predicación de la Palabra de Cristo” (Rom 10, 17). También los catequistas, los laicos que ejercen algún ministerio en las parroquias, los padres de familia, todos, debemos darnos cuenta de que no somos más que voz, y que lo que importa es la Palabra de Cristo, que sea  Él el que llegue, el que toque el corazón, el que conmueva, el que convierta, el que llame, el que dé esperanza, el que salve.


    Un día solemne

    El Papa establece también que las comunidades encontrarán el modo de vivir este domingo como un día solemne. 

    Es importante que en la celebración Eucarística se entronice la Santa Biblia, a fin de hacer evidente a la asamblea el valor normativo que tiene la Palabra de Dios; en este Domingo de manera especial,  será útil destacar su proclamación y adaptar la homilía para poner de relieve el servicio que se hace a la Palabra del Señor.

    El Papa Francisco propone también que en las parroquias es fundamental que no falte ningún esfuerzo para que algunos fieles se preparen con una formación adecuada para ser parte del Ministerio de proclamadores de la Palabra de Dios, como  sucede de manera ya habitual para los Acólitos y los Ministros extraordinarios de la Comunión.

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      Así mismo, los párrocos podrán encontrar el modo de hacer posible que sus fieles adquieran la Santa Biblia, para resaltar la importancia de seguir en la vida diaria la lectura, la profundización y la oración con la Sagrada Escritura. 

      Sería ideal para este año iniciar con clases de Biblia o formar círculos bíblicos, principalmente para los que ya ejercen algún ministerio en las parroquias, pues el conocimiento de la Sagrada Escritura enriquece mucho los diferentes ministerios.

      Al celebrar el Domingo de la Palabra de Dios, el Domingo de la Biblia, tomemos  conciencia de  la importancia de conocer la Sagrada Escritura, para conocer a Dios donde Él se da a conocer, pues en ella el cristiano conoce el querer de Dios para su pueblo, el plan de Dios para salvarnos, esta historia de amor que empezó “En el principio”, como nos lo narra el libro del Génesis, y se va desarrollando por etapas hasta su consumación.

      Escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica nos hace familiares de Dios: “Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50).


      “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”

      Y una vez realizada su obra salvadora (Pasión, Muerte y Resurrección) y antes de su Ascensión al cielo, instruye a sus apóstoles diciéndoles que hacer con todo lo que vieron y oyeron: “Vayan pues y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28,19-20). 

      Esta es la Misión que la Iglesia sigue realizando día a día, con la promesa que es Jesús quien la guía y sostiene. 

      Celebremos con alegría y gratitud el regalo de la Palabra de Dios.